viernes, 17 de octubre de 2014

Una isla hermosa para naufragar - Daniel Frini


Algo salió mal cuando el colisionador alcanzó los mil ciento cincuenta teraelectronvolts y los iones de níquel impactaron en los isótopos de plomo. Nunca se supo qué falló, y en el Crater de Laconnex ―una perfecta media esfera, de treinta kilómetros de diámetro y quince de profundidad; que va desde lo que era Bellegarde-sur-Valserine, en Francia, hasta Cologny, en Suiza; y que se llenó con las aguas del Lago Lemán y de los ríos Ródano y Avre― ya no existe nada que permita un análisis.
Hablaron de disfunciones magnéticas, de vacío cuántico, de un microagujero negro inestable, de strangelets y catalización a materia extraña, de monopolos y decaimiento de protones. Sin embargo, nada está claro.
Tampoco han podido explicar los fenómenos colaterales.
Los doctores Wagner y Sancho aventuraron la hipótesis de la Esponja Cuántica. 
―Carece de sentido indagar sobre la causa ―dijo Wagner ―. Fuera lo que fuese, ocurrió una vez; y se debería construir un acelerador similar para estudiar, con detalle, aquel hecho. El riesgo es muy grande y existe un acuerdo general en no volver a incursionar en ese campo. Sin embargo, es interesante conjeturar sobre las anormalidades marginales que tienen lugar ahora. Creemos que el espacio-tiempo presenta una estructura similar a la de una esponja metálica de cocina donde las hebras de metal actúan como caminos. La imagen más próxima que se nos ocurre es la de un gran laberinto en el que usted puede pasar de una habitación aquí en la tierra, por ejemplo, a otra en una galaxia a millones de años luz de distancia, y a otra habitación en el centro de una estrella supermasiva, y a otra y a otra más. Asimismo, al pasar de un cuarto al siguiente, habrá cambiado de tiempo; digamos que a cualquier momento en el pasado. Y cuando llegue a otra habitación lo hará en cualquier momento del futuro, tan lejos o tan cerca como se imagine. Como es lógico, ese inmenso laberinto que abarca todo el Universo y todos los tiempos, debe ser imposible de resolver. Es probable que el Incidente de Ginebra, sea cual fuere su causa, haya roto una pared y nos haya unido a ese esquema infinito.
----------------
Apoyado en su barcaza de madera, concentrado, el viejo reparaba la red de pesca, en la arena de una playa pequeña, al sur de la isla de Sikinos. Una borrasca persistente fustigaba al Egeo. Notó la presencia del otro cuando lo tuvo a unos pocos metros. 
Levantó la vista: a su frente estaba un hombre no muy alto, musculoso; de piel aceitunada, y vestido con ropas antiguas; el torso descubierto, sucio y con un olor más próximo al de un establo que al del mar. El pescador estuvo a punto de sonreir, pero la postura imponente del otro y la espada corta que llevaba en la mano derecha, lista para atacar, le infundieron cierto temor respetuoso. Notó que en la mano izquierda apretaba, con fuerza, un pedazo de hilo blanco de dos codos de largo. 
El recién llegado habló, con voz enérgica, en una lengua que al otro le resultó familiar, pero ininteligible. Como pudo, mediante señas, se hizo repetir por dos veces, hasta que entendió: el guerrero hablaba su mismo idioma, pero de una manera distinta, cerrada y, se figuró, muy antigua. Al final, el pescador entendió:
―Me llamo Teseo ―dijo el guerrero ―. ¿Tiene usted idea de dónde puede haberse metido Ariadna?

Acerca del autor: Daniel Frini

No hay comentarios.: