martes, 7 de octubre de 2014

Madame y yo – Raquel Barbieri


Salgo a caminar en busca de un poco de aire oxigenado porque deduzco que mi malestar físico y anímico se debe a una mala combustión de la estufa de mi dormitorio que hace que mi cerebro produzca pensamientos tristes y mi cabeza estalle de dolor. Tengo una sobredosis de monóxido de carbono que ha logrado que mi manera de pensar de hasta hace poco, haya cambiado casi totalmente. La química tiene un gran efecto en los seres vivos y yo estoy sometiéndome voluntariamente a ella, por pasividad, por dejadez o tal vez por falta de temor a una contaminación paulatina de mi sistema.
Entonces, como todo tiene un límite, tengo que salir; agarro la calle sin rumbo y pienso en cosas, en las grandes decisiones, en las pequeñas e insignificantes, en mi mundo interior plagado de contradicciones. Tomo envión y camino cada vez a paso más veloz, y me alejo. Siempre me han dicho que es difícil seguirme el ritmo de la caminata, pero es así la manera en que funciona para mí, respirando profundamente y soltando el aire en siete, diez veces, cantando para adentro como cuando nado en la pileta, o hablando bajito conmigo misma cuando veo que nadie está cerca. Mi barrio da para eso porque es posible caminar tres cuadras sin cruzarse con nadie. 
La estufa era mi gran amiga, luego pasó a ser una amiga a secas, después una desconocida antipática y ahora se ha convertido en una acechanza que me espera cada día, que hace arder mis ojos y estallar mi cerebro; también calienta mi cuarto, lo cual no es poco, aunque su calor está saliéndome caro. Esta amistad se ha convertido en una relación forzada por las circunstancias, por su ensañamiento combinado con mi negligencia; mala junta. No sé cómo abordarla, cómo decirle que nuestro vínculo es tóxico, como se usa ahora describir ese tipo de relaciones enfermas. Así somos nosotras, y cuando ella-- llamémosla Madame La Chaleur—me ofende con sus emanaciones, me voy, huyo lo más lejos posible y respiro un aire frío y purificador, seco o húmedo, lejano a las malas intenciones de Madame L. C.
Me siento amenazada por su presencia y no me atrevo a entrar tanto a mi dormitorio, sólo lo justo e indispensable; la miro de soslayo para que ella piense que no la percibo, para que ella sola intente morirse y me obligue con dicha muerte a encontrar a una nueva amiga que sólo me dé calor sin envenenarme y sin exigir tanto de mí. La muy puta no se da por aludida. Entonces, para ofenderla solapadamente, abro la ventana de par en par y anulo su efecto nocivo. Al parecer, ella hace lo mismo que yo, me mira de reojo y sigue con su objetivo en mente, que no es otro que matarme. Y es vehemente.
El otro día decidí ir a dormir a mi estudio. Tiré el colchón de las visitas al piso y me arropé; sin embargo, ella parecía llamarme a la distancia. No pude pegar un ojo. Me levanté con un cansancio extremo y añorando la comodidad de mi cama.
Ya está. Tomé una decisión sabia. Dejaré a Madame La Chaleur sola y me iré con mi perro. Viviremos en la calle, aquí cerca nomás; ya tengo visto un pequeño terreno baldío discretamente ubicado, un sitio ideal para esconderse. Cualquier cosa haré, menos darle el gusto a la maldita. Se quedará más sola que cualquier otra estufa en este mundo, y lo que es más importante, no tendrá a quien asesinar. Tendrá toda la casa a su disposición, si quiere. Yo me llevaré unas frazadas y el carrito de las compras con mis pertenencias más básicas. Tejeré un pullover para mi perro y estaremos bien en el baldío. 
Sí, creo que tomé la decisión más sensata y lógica.

Acerca de la autora: Raquel Barbieri

No hay comentarios.: