martes, 10 de junio de 2014

Aula - Martín Rabaglia




Él tenía mucho frio. Pero tenía que llegar a aquel edificio enorme, de miles de pisos, ventanas y puertas para continuar el día. Desde lejos vio el cartel “Universidad”, acelerando el paso, sintiendo su nariz completamente congelada.
Detuvo su carro en las rejas y le llamó la atención que estuvieran abiertas. Sin dudarlo, tomó su bolso e ingresó en el edificio. Se sienta en el primer banco, de la segunda fila en el aula “005”. La luz está apagada, las ventanas cerradas y el aire frío congela las manos de cualquier osado caminante en las veredas, pero no allí adentro.
Él miró a su alrededor por primera vez para obtener una perspectiva gris de aquella gran aula, sin embargo el se hallaba feliz.
Luego de unos minutos de quietud, abrió su cuaderno y mirando al pizarron con atención escuchó al profesor copiando con exactitud cada una de las palabras, gráficos, sugerencias y hasta momentos de silencio. Tomó aire y regresó su mirada al pizarrón que seguía en blanco mientras algunas sombras mentales intentaban descifrar los rastros de marcas antiguas, de otras clases, de otros años, ...de otros....ajenos a su propio mundo de miseria, olvido y pobreza.
Sus compañeros no escuchaban, no callaban, no inventaban, ni protestaban, aquellos miles de millones de alumnos copiaban igual que él absolutamente toda palabra, grafico, linea... y los silencios.
En el medio de la oscuridad, una mano quebró la atención, algún intruso ingresó al aula... un uniformado ante el miedo y el frío de esa misma noche...
Los profesores y los millones de grises alumnos, observaron con caras largas y esperando la señal del muchacho señaló con su dedo y pensó que lo mejor sería callar al guardia, quizás por miedo, quizás por simple silencio, para que nunca más interrumpa a nadie. Los millones de alumnos se amontonaron uno a uno encima del uniformado y sus sombras comieron la sombra de este pobre hombre.....
Finalizada la interrupción, la clase siguió con normalidad pero cuando las primeras luces del día comenzaban a atravesar la ventana, el muchacho guardó sus cuadernos, lapiceras, pinturitas, reglas, y calculadoras en su bolso, saludó uno a uno a sus compañeros (miles de compañeros) y observó por ultima vez al uniformado con su rostro teñido en sangre quién ya se había hecho amigo de otros mundos... y partió rumbo a su hogar...
Allí quizás lo esperaba un suculento plato de comida, una novia que lo amaba, un miedo relativo... una cama, una tierra... un sueño... que se había extinguido hace muchos años antes de que dejara todo, tomara su carro y saliera a buscar sus sueños... entre los desperdicios de los demás.

Acerca del autor:  Martín Rabaglia


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