viernes, 2 de mayo de 2014

Maletero accidental - Ricardo Emilio Ibarra




—¡Juan! —llamó su madre.
Sordo para todo lo que no fuese su objeto, con el corazón golpeándole el pecho y a la carrera —entre las estrechas y adoquinadas callejuelas—, Juan veía acercarse el tren a la añosa pero pulcra estación de su pueblo de provincias y el quería estarse allí para quedar temblando de emoción ante la imagen creciente de aquella negra locomotora de vapor que, tronando como un dragón, echando vapor y aceite, arrastraba tres verdes vagones de madera de segunda clase para pasajeros.
Una vez al mes ocurría que paraba el tren, allí.
Y Juan era un feligrés, un adepto, entusiasta, incondicional del ferrocarril.
Estaba con su gran bocaza abierta, en estado de gracia.
Así lo encontró una joven natural de Madrid y buena moza, que venía a visitar en esos días a unas tías.
No pudo ella evitar soltar su risa. Tampoco dejo de mirarlo como miran las mujeres.
Y, además, creyó creer que Juan era empleado de la estación.
—Joven —dijo—, ¿usted es el maletero?
Turbado, Juan giro su cabeza y la miro con sus mejillas encendidas. Iba a responderle. ¿Pero para qué…?
Le pareció que habia llegado otro tren. O que se habían volado todas las palomas, menos una. O que…
Una enorme luz lo cubrió.
Se llamaba Carmen y le sonreía.
Juan se convirtió a sus diecisiete años en maletero accidental.
Imaginemos el resto.


Acerca del autor:  Ricardo Emilio Ibarra

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