viernes, 16 de mayo de 2014

Carlitos - Paula Duncan




Aquel verano optamos por pasar la siesta juntos; Luis y Juan no tenían problemas, siempre esperaban a que ayudara a mi madre en la cocina, con los platos limpios, secos, guardados y la última copa en el estante; me podía ir a dormir la siesta, pasado el tiempo creo que nunca me creyó del todo, me apuraba si alguno silbaba avisando la espera y ella se hacía la que no escuchaba.

Juntábamos piedras para tirar al agua quieta del río, nos gustaba tirarnos en el pasto y mirar el paso de las embarcaciones, pequeñas, más grandes, la lancha de ramos generales pasaba a la mañana, tenía de todo; desde dulce de frutillas hasta alpargatas u ojotas en verano; era un mini-mercado flotante, pero nuestra mayor atención se la llevaba la lancha de pasajeros, tenía siempre un vistoso catálogo de personajes que nos servían para inventar historias fantásticas; solíamos ponerles nombre, según el color del cabello o de la ropa.

Así nació Carlitos; un adolescente despeinado demasiado alto y demasiado flaco, nos parecía que en cualquier momento sus huesos saldrían desparramados por la borda y caerían al río, no sabíamos cómo se llamaba en realidad, pero al verlo pasar con la cabeza afuera de la ventanilla bebiéndose todo el viento del río, que despeinaba aún más su larga cabellera, le gritábamos ¡ hola Carlitos! En un principio no se daba cuenta que nos dirigimos a él y nos miraba curiosamente tal vez pensando: “¿que les pasa a estos chicos?” hasta que un día, de tanto gritarle, nos devolvió el saludo algo confuso, nosotros saltábamos de contentos haciendo piruetas en la orilla del río esa tarde particularmente enojado.

 Fueron pasando los días, los viajes y los personajes a veces se tornaban aburridos, nosotros comenzamos a entristecernos viendo el fin de las vacaciones y el próximo ingreso en el colegio secundario, ellos dos irían al industrial, yo haría el bachillerato con orientación docente, siempre quise ser maestra.

Un día Carlitos desapareció; nos dijeron que estaba haciendo el servicio militar, por lo cual inferimos que tendría unos cinco años más que nosotros.

Comenzó el año escolar y nuestra vida a cambiar, si bien estábamos juntos los fines de semana, ya comenzaban a notarse las diferencias, no podía pasar por un niño más con gorrito marinero saltando y jugando a la pelota en la orilla; mi madre, antes de comenzar las clases, me había hecho cortar las trenzas que yo escondía debajo del gorro o entre la ropa y ahora natura me estaba regalando algunas curvas por lo que era muy difícil ocultar mi condición de niña- mujer

Un poco antes de comenzar las clases recibimos asombrados la visita de Carlitos que, en realidad, era Javier, pero lo seguimos llamando así, llevaba uniforme de soldado, nos trajo algunas golosinas; se asombró al verme, nos contó que marchaba al sur en una misión especial y que esperaba encontrarnos a su regreso para pasar una tarde de sábado juntos, lo saludamos con un dejo de tristeza, sin saber muy bien por qué.

En el mes de abril una enorme pena nos invadiò; estábamos en guerra, no lo podíamos creer, era algo completamente impensado para nuestra realidad; la gente caminaba atónita por las calles, nos dormíamos escuchando las noticias del frente, como si viviéramos en otro país; todo era una gran locura.

Aunque lo esperamos mucho tiempo, sentados en la orilla y sin jugar ni inventar personajes Carlitos, el chico demasiado alto y demasiado flaco, no volvió nunca más; sus flacos huesos se desparramaron en la helada turba isleña, lejos de nuestro querido río marrón.


Acerca de la autora:  Paula Duncan

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