sábado, 15 de febrero de 2014

Ejército insectil - Héctor García





Una mañana, tras despertar de un sueño agitado, Gregor Samsa se encontró en su cama transformado en un monstruoso insecto. Pero no sólo él había cambiado: también su habitación se le representaba extraña, infinita, con un techo altísimo, paredes curvas y radiantes, millares de otras camas ocupadas por millares de otros bichos idénticos... De repente y contra su voluntad, se incorporó y comenzó a moverse. Quiso hablar pero no pudo emitir ningún sonido. Pronto entendió que algo externo controlaba su cuerpo y asimismo el de los otros insectos. Abandonó la habitación y se encontró en una especie de hall todavía más amplio, más iluminado, más frío que el ambiente anterior. Siguió caminando lentamente, como en penitencia, y al cabo de un tiempo vio el exterior: a su alrededor la ciudad desolada, blanca, cubierta de nieve; arriba el cielo oscuro, silencioso, salpicado de estrellas. La procesión avanzó por una avenida ancha llevando un aparato gigantesco que Samsa no había visto nunca antes en su vida. Tampoco había visto ninguno de los edificios destruidos ni los vehículos arruinados que adornaban el devastado paisaje. Caminó y caminó por calles cada vez más estrechas, siempre contra su voluntad, pensando que quizás seguía soñando o que había viajado al futuro.
Cuando se detuvieron Samsa ya había perdido la noción del tiempo. A lo lejos pudo distinguir una construcción enorme, como un estadio. Más cerca, a una cuadra, dos hombres se escondieron entre las casas deshechas. Sorpresivamente el aparato gigantesco emitió un rayo luminoso acompañado de un zumbido y de un calor insoportables. Como respuesta, uno de los hombres lanzó una granada que estalló a pocos metros de Samsa, quien murió irremediablemente a causa de la explosión, como la mayoría de sus compañeros. El resto cayó víctima de las metralletas.
—¡Bien hecho, teniente Salvo! —celebró uno de los vencedores.
—Apuremos, Franco. Estos cascarudos me dan náuseas.


Acerca del autor:  Héctor García

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