sábado, 7 de diciembre de 2013

Cuadro de paisaje con ciervos - Fernando Andrés Puga


Se esconde detrás de los matorrales que hay cerca de la orilla. Acecha a los pobres ciervos que se entretienen junto al agua e ignorantes del peligro, beben confiados. Las montañas que rodean el lago brillan espléndidas bajo el sol estival y dan al atardecer una belleza deslumbrante. A contraluz y sobre el risco que se alza en el extremo de la pequeña punta, la pareja juguetea feliz.
No saben. Al principio yo tampoco sabía, pero de tanto mirar el cuadro mientras vocalizo los ejercicios que me indica Diego, terminé por descubrirlo; bastó que una de las ramas se moviera, agitada por la suave brisa. Y ahí está; se los aseguro. Agazapado. Espera el momento preciso para lanzarse sobre ese par de criaturas inocentes y devorarlos sin piedad.
¿Cómo advertirles? ¿Cómo ponerlos sobre aviso?

— ¡Pará, Diego! ¿No ves que no llego hasta esa nota? — suplico con la garganta enronquecida.
— Sí que llegás. Y perfectamente. Tenés que concentrarte. ¡Dale! Probá otra vez — insiste el profe.
De repente sale de mi boca un sonido inesperado. Es la nota inaccesible, la que sólo unos pocos elegidos han podido alcanzar. Y es entonces cuando mis ojos se clavan en el centro del cuadro y lo ven arrojarse sobre los ciervos que, sobresaltados por mi agudo, dan un gran brinco justo a tiempo y quedan fuera del alcance de la fiera hambrienta.

Satisfechos, maestro y alumno damos por terminada la clase. Diego me felicita por lo bien que canté hoy, pero no sé si se habrá dado cuenta de que en el cuadro ya no hay ciervos. A veces me parece que no es muy observador.

Acerca del autor: Fernando Andrés Puga

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