sábado, 7 de diciembre de 2013

Al-Bujari, descubridor de Tahuantinsuyo - Daniel Alcoba


Durante quince siglos nada había sabido el mundo acerca del viaje de al-Bujari, realizado en el año 625 del siglo VII cristiano, (año 4, siglo 1 de la Hégira). A finales del XXI cristiano, o 15 de La Hégira, gracias a la revelación de Asadun ibn Yupanqui, el actual incalifa, el mundo pudo conocerlo.
Cuando los fugitivos de El Cairo llegaron a la Pampa de Nazca, Asadun ya conocía esa región mejor que su propia cara. Hacía más de veinte años que una espesa barba le hurtaba el rostro a los espejos; y además, en las últimas setenta y dos horas no había hecho otra cosa que estudiar las imágenes de Wu Ghel Jert en el monitor del puesto de mando. Aventajado estudiante de antropología cultural, cuando fundó la organización de Predicadores Islamoincaicos por la Revolución y la Confluencia Precolombinas (PIRC), ya era un político hábil, aunque en aquellos tiempos se limitara sólo a reclutar y entrenar predicadores guerreros para viajar y combatir en El Cairo.
Pero además de militante, en primer lugar, fue arqueo antropólogo. Él y ninguno de esos sabios ingleses, alemanes, franceses, norteamericanos, que se dicen científicos y van a todas partes con su lector de carbono radiactivo para fechar cacharros, farolillos, amuletos o momias… Esos no descubrieron nada, pero en cambio Asadun ibn Yupanqui, aunque perseguido por los agentes de la policía peruana y de la CIA, igual pudo desentrañar el secreto de las líneas de Nazca.
Así cambió de un plumazo la arqueo antropología peruana, desentrañando de una vez por todas el misterio de los geoglifos pintados a partir del siglo VII (1 de la Hégira).
El Gran Pájaro de trescientos metros por cincuenta y seis resultó ser un retrato esquemático en escala natural de la hembra del pájaro Ruj (Roc o Roq para los guiris que no pronuncian la “j”), llamada en quechua la Piskkurujinmama, estirando el pescuezo hacia La Meca para dar gracias al Omnipotente, después de poner un huevo tan grande como la cúpula de una gran mezquita allí mismo, en la Pampa de Nazca.

La imagen, que en efecto, representa a la Rujina en oración después de desovar con la mirada y el pico vueltos hacia los Santos Lugares, el día 23 de junio del año 4 de la Hégira (625), tras volar desde los Montes Altos de Persia hasta la Pampa de Nazca con un gran baúl o barquilla pendiente del cuello, en el cual viajaban, justos pero cómodos, el santo predicador Abdel al-Bujari, a quien la tradición creía perdido para siempre, o bien muerto en el laberinto de su jardín palaciego de Basora, a un criado de éste, Ismail al-Mosk, muy docto en la Ley y en lenguas bárbaras como el griego, el latín y el abisinio, y a una hermosa esclava llamada Qúdiya.
Los tres, después de valerse de su ingenio y también de la magia de Abdel para cruzar el Atlántico remolcados por la hembra de Ruj, predicarían la ley coránica en el territorio del futuro imperio incaico, que dejarían manuscrita en siete cuerpos de pergaminos de piel de guanaco, los célebres Rollos del Lago Titicaca.
Esos precursores de la predicación islámica en Tahuantinsuyo, también consiguieron hacer traducir el Corán al quechua por medio de quipus. E igual que en el lugar y el momento oportunos, Asadun ibn Yupanqui supo encontrar los rollos del Titicaca perfectamente conservados y caligrafiados en lengua árabe por el propio Abdel al-Bujari que firma al margen de su puño y letra como copista autorizado por el propio yerno del Profeta.
En el siglo XXI o 15 de la Hégira, el Guía Espiritual que entonces no era más que un joven islamista peruano perseguido por la policía, sabría encontrar los quipus correspondientes a siete azoras en una huaca sorprendente de la región de Cuzco, datada en el siglo VIII d.C., 2 de la Hégira.
Sin embargo, hasta el presente, de más o menos diecisiete kilos de quipus con decenas de miles de nudos, los letrados quechuas no han podido descifrar, más que largos listados de animales, y cosas. Verbigracia: cuatro yamalun [camello], siete corderos, dos sacos de semillas, tres burros, tres vacas, una araña, tres gordos, un vientre, dos pies, cuatro patas, cuarenta y cinco versículos…
La academia no dio fe de que los quipus encontrados fueran en verdad los buenos, es decir, aquellos que se anudaron por encargo de Abdel al-Bujari , y sus compañeros de predicación (Ismail al-Mok, Qúdiya). No descartaban que fuesen los ejercicios escolares de un aprendiz de contable que llevaba los libros de la comuna agropecuaria del lugar, y que había incorporado la palabra árabe yamalun (camello) como aumentativo del vocablo quechua kkarhua (llama), por haberla oído en alguna leyenda contada por un coraquenque decrépito una noche de enero muy posterior al desembarco de los españoles, que fueron quienes llevaron las vacas, los burros, y los versículos, tanto a Tahuantinsuyo como a los quipus de la posteridad.
No obstante la ausencia de quipus documentales, la tradición tiene por cierto el viaje de al-Bujari al continente americano, adelantando a los de Cristóbal Colón (1492) y aún al del viking Erik el Rojo (hacia 985).
Si Colón se valió de los reyes católicos y de los hermanos Pinzón, el adelantado predicador sobre todo usó de su ingenio. Sí, Abdel al- Bujari se habría valido de un arnés confeccionado con gruesas cuerdas tejidas con haces de telarañas, que consiguió criando grandes arañas cazadoras en el terrario de su palacio. Apenas tuvo el arnés terminado listo, en compañía de Qúdiya e Ismail al-Mok marcharon hasta los Montes Altos de Persia y escalaron la cumbre donde anidaba la Rujina. Con magia sujetó el arnés al ave. Y pocas horas después el entramado de telarañas se llevaba la barquilla por el cielo hacia Occidente, cuando la hembra Ruj emprendió el largo viaje hacia el hemisferio sur para desovar tranquila y empollar en paz. Lo más lejos posible de Sindbad el Marino que en los últimos tiempos era el que más le tocaba los huevos.

Acerca del autor:  Daniel Alcoba

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