sábado, 26 de octubre de 2013

Un descuido – Héctor Ranea



—¿Usted es Fesor?
—Él mismo o el mismo. ¿Y usted viene a ser?
—Inspector de áreas especiales: Bonanno, Vespasiano, mil placeres de conocerlo.
—¿A qué debo el honor?
—¿Usted es el que escribe en los blogs de Feta y sus amigos?
—Uno de ellos, modestamente. De hecho, estoy escribiendo un cuento sobre la fama.
—Me va a tener que dejar que le haga el test de sustancias no permitidas.
—¿Sustancias no permitidas? ¡De qué carajo me está hablando?
—Se ha detectado drogas en pares en varios cuentos suyos. O escribe en estado de confusión influenciada o trafica con el sinsentido y la paradoja. Sabe perfectamente que ambas cosas están expresamente prohibidas.
—No es cierto. Ninguna de ambas es correcta. No tomo nada. Nada de nada.
—Le digo que nuestro sistema es infalible. Usted escribe bajo influencia de varias drogas, confiese.
—Le confieso que usted ni risa me causa. Y sin risa no hay escritura influenciada. ¡Vamos! Eso lo sabe hasta un escritor o escritora noveles.
—¿El premio Nobel, sacó?
—No, inspector. Noveles.
—¿Varios? ¡Usted me está tomando el pelo! Para mí, eso es prueba suficiente. ¡Borre todo, que me acompaña! ¡Vamos! Apriete el delete.
Y así fue cómo se perdió este cuento y tantos otros. Y sigo en mis trece: las drogas no ayudan a escribir, en todo caso te absuelven de explicarte.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

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