martes, 10 de septiembre de 2013

La momia - Raquel Sequeiro

Me llamo Molly, tengo quince años, en mi casa hay un fantasma. Subo las escaleras, abro la puerta asustada. Sentado frente a la chimenea encendida en el ático hay un señor de pelo cano. Tiene un libro en las manos que se llama Point. Acércate, dice bajito. Estoy aterrorizada y no hay nadie en casa. Abrí esa estúpida puerta y ya no puedo cerrarla. Tengo ciento cinco años. Mi piel es más añeja que el vino, comienza a caerse mi cabello. Siento, en lo más recóndito de mí, que llegó para matarme; él solito.
Mañana. Martes 23. Ni por asomo debo abrir esa puerta. ¿Dónde he dejado el maldito papelito que lo acredita? Gordon está frío, muerto sobre la repisa de la cocina. ¡Jodidos estúpidos giradores de tiempo! Mañana, mañana, repite el reloj, dando las doce campanadas. Vienen a quitarme un trozo de piel para hacer sus injertos. Deseo ser salvada, devuelta al lugar de la calma. Gordon mueve el rabo, me pisa un pie, yo trastabillo con la alfombra y mi sien se golpea con el borde de la mesilla. Está muy oscuro. El charco de sangre que encontrará la asistenta es considerable. Dos golpes en la cabeza con un bate de béisbol por unas cuantas joyas de mi abuela… ¿Cuántos años tengo, dije? Evitarlo es factible, si me doy la vuelta y huyo escaleras abajo, de mi misma, de todos, de todo, y llegó hasta el firmamento y todo se reduce a un poco de pan con chocolate y soplar una vela. “¿Quién te regaló ese juego?, pregunta Moebius.
—Lo encontré en una caja, en el ático, justo la misma noche en que Casanova me convirtió en momia. Sigo jugando, el cabrón no deja el juego hasta que la última pieza encaje.
—¿Qué pieza, princesa? —me pregunta el charlatán.
—Ni idea, creo que se trata del pomo de la puerta, al menos, cuando subí la otra noche no había forma de hacerlo girar, simplemente estaba abierta, y empujé y…

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