viernes, 24 de mayo de 2013

2026 - Raquel Sequeiro


Dentro de la casa nadie pudo pegar ojo, la puerta se movía sola y los chirridos y arañazos eran sobrecogedores. Estaban asustados, el asesino quería atravesar la puerta y casi lo había conseguido. Caty Koper usó su magia; Aurora también la pudo usar, toda la magia que quiso. Acobardado como un niño, Bruno cogió el libro de hechizos, Aurelio se apropió del atizador, ya que los bichos eran muchos y las varitas escasas, soltó un par de conjuros que dejaron a los calamitosos esperpentos al otro lado de la madera.
—¿Y ahora qué? —Aurelio jadeaba por el esfuerzo.
Bruno contuvo la respiración. Caty estaba tranquila como una gata con tazón de leche, recostada en el sofá. Oyeron un par de resoplidos.
—Señor inspector —dijo educadamente Aurora, quitándose el sombrero.
El inspector de brujos, que había bajado por la chimenea, le advirtió con la cabeza, Aurelio soltó el atizador. La capa granate se movió por la estancia raspando el suelo junto con el inspector, que estaba dentro.
Los interrogó a todos, uno por uno, para saber quién o qué había invocado a los seres del inframundo.
El pequeño comenzó a lloriquear y soltó un ‘Yo lo hice’, el inspector agitó una mano, descomponiendo el aire en milenarias partículas de luz y eones, cesaron los ruidos y se apagó el fuego de la chimenea.
—Koper, tú vienes conmigo, no se toleran estos actos y debemos tener en cuenta que es tu pupilo. Estando bajo tu tutela lo mínimo es informar del estropicio.
Caty se levantó lánguida del sofá, se atusó el rabo y los bigotes, se enderezó un poco. Caty estaba en forma de gato absoluto. Stibondyl Crow maldijo tres veces y Caty se petrificó, simplemente.
—Escucha esto, Koper; y los demás —. La habitación quedó a oscuras.
Todos, exceptuando Bruno el Viejo, se pusieron nerviosos, buscaron a tientas las varitas en la habitación dentro de la casa.
—¿Qué son esos seres? —pregunto Bruno, y Bruno nunca recordaba dónde había dejado las cosas.
—Tus libros de magia, jovencito, están en el salón grande, junto con las advertencias, ¿no las leíste? Muy mal —corrigió el inspector de brujos—. Sígueme —. Le hizo una señal con el dedo; se quedaron justo en el pasillo y salieron al frío de la noche.
A sabiendas de que era un inspector de brujos, el estudiante intentó hacer acopio de lo que sabía y así La Guardiana dejó de tener la culpa, ni siquiera tuvo que seguirlos.
—Vamos a ver al Consejo Sideral, Bruno, y viajaremos muy rápido.
—¿Mucho? —preguntó con asombro.
—Mucho.
Bruno también la pudo usar por primera vez, la famosa cápsula transpondedora. Se deshicieron en cenizas dentro y viajaron. La cápsula no se movió ni un milímetro de su lugar en el jardín. Alguien había avisado a los profesores y nadie de la habitación 12 y la suite 13 quedó sin castigo.
Al otro lado de la galaxia, el Jefe Supremo del Consejo Sideral estaba acobardado como un niño, sosteniendo en sus manos una escolopendra extraña y grande. Los finos bigotes de época vibraban en su cara, sabía que Bruno era un caso especial.
—¿A cuántos mataste, Bruno?
El niño de diez años examinó detenidamente el espacio diáfano, la piedra blanca, la esfera pendular, la luz dorada y los libros que flotaban por doquier, y a uno de los bichos —que les habían caído encima junto con el conjuro en la Sala del Fuego de la escuela— sentado mansamente sobre el regazo del clon del inspector.
—Tengo algo que contar y no es baladí.
—Habla —dijo el viejo de la barba.
—Contuve a un asesino.
—¿Atrayendo demonios! —chilló la Bruja Principal del Consejo Superior Extraterrestre—. Los pelos se le pusieron de punta.
—Traigan a un médico —dijo el inspector.
El asesino arañó la puerta, chirriando como una bisagra, empujando con ferocidad la hoja de madera. Bruno cogió deprisa el libro de hechizos y no le dio tiempo a leer las instrucciones sobre lo que no debía hacer, y llevaba poco tiempo en la pequeña escuela, así que junto a los poderes de Caty Koper, Aurora Tremer (investigadora y bruja) y Aurelio Blint, su compañero de habitación, llegaron los seres de cientos de patas y picos venenosos. Los años pasaron y subió a buscar la varita para proteger a La Guardiana, Caty Koper. Dentro de la casa también la pudo usar acobardado como un niño, agazapado en un rincón, con el rostro ceniciento; usó la magia de nuevo, mil años después.
—¿Cómo era ese asesino? —pregunto Valquiria, la bruja de los mil ojos.
Bruno siempre recordó que El Consejo Sideral le había ordenado que exterminara al horrendo destripador en el 2026.

Acerca de la autora:  Raquel Sequeiro

No hay comentarios.: