martes, 25 de diciembre de 2012

La música es tiempo en el zurrón de Nepomuk - Héctor Ranea


Johannes Nepomuk Algreiver despertó una mañana y supo que había dado un salto y caído en una cama de un hotel del siglo XXI, o sea una zancada de tres siglos y unos años más. El primer problema que tuvo que afrontar fue cuando quiso abandonar el alojamiento y le exigieron el pago de no entendía él cuántos euro. Una cagada. Por suerte, en el bolsillo de esa extraña ropa que portaba, conservaba el instrumento musical así que hizo lo único que podía: tocar su música. Con eso, su zurrón y el botones del hotel como custodio y prenda de retorno, salió a buscar fortuna.
En breve, los niños comenzaron a juntarse jalando a los adultos al lugar donde se encontraba ese vagabundo en pijama sonando esa música maravillosa, llorando a gritos si no se les daba monedas para darle. Las mujeres se acercaban a él no sólo para darle un beso, sino para entregarle billetes mientras le acariciaban el rostro. El botones no entendía cómo lo hacía, aunque la música fuera extremadamente bella pero de lo más extraña, ya que sacarle así los billetes a esta gente, acostumbrada a músicos callejeros por doquier era, por lo general, difícil.
El caso llegó a oídos de todos los músicos y pseudos-músicos de la plaza de San Esteban, que querían entender cómo hacía ese extranjero para quitarle sus potenciales benefactores, pero era cuestión de escuchar su música y comenzar a tocar con él sin argüir más nada. Pronto hubo una orquesta variopinta que tocaba al son del instrumento de Nepomuk.
En un par de horas, la calurosa Viena había entregado varias veces lo necesario para vivir en el hotel por un mes, así que Nepomuk retornó con el botones azorado e hizo que contaran los billetes, las monedas y demás objetos encontrados en el zurrón del músico.
De pronto, el gerente se topó con un trozo de vidrio y lo sacó del bolso, Nepomuk dio un grito de alegría
—¡Creí haberlo perdido, gracias por encontrármelo!
—¿Acaso esto es importante? —dijo el gerente.
—¿Importante? Es mi máquina del tiempo. Sin ella no podría volver a casa, en lo que queda de Europa, dentro de tres siglos, años más, años menos.
Desde entonces, el botones se dedica a la bebida y cuenta la historia que, claro, nadie cree.

El autor: Héctor Ranea

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