Invirtió más de una década en leer
poesía amorosa, debía conquistar el mundo femenino. Especialmente a
la vecina del piso quinto.
La fortuna estuvo de su lado. Una noche
se cruzaron en el ascensor y él aprovechó la oportunidad para
decirle:
—Buenas noches. Linda noche…
La muchacha lo miró con desgano. Le
respondió con voz indiferente.
—Ah, sí. Linda…
Él, absolutamente embriagado de
fantasías prosiguió diciéndole:
—“¿Te enternece el azul de una
noche tranquila?”
—No, loco… yo curto otra onda
—respondió ella con un
dejo de fastidio.
Él no pensaba renunciar a la
oportunidad de seducir a la pelirroja y continuó su plan.
—“Caminante, no hay camino, se hace
camino al andar” —respondió
con voz cautivante.
Ella no veía el momento de descender
de ese maldito ascensor. Miraba los números de cada piso y el tiempo
parecía estirarse como chicle. No obstante ello, le respondió.
—¿Sabés
que pasa, loco?, tenés que estar muy pirado para andar por donde no
conocés…
El tiempo pareció detenerse y el
silencio se apoderó del espacio.
Ya un tanto desahuciado, el hombre se
dijo a sí mismo, ahora o nunca y lanzó su caballito de batalla al
ruedo:
—“ Me gustas cuando callas porque
estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.”
La muchacha miró de reojo el tablero
de los números y supo que en instantes el ascensor se detendría en
la planta baja y podría salvarse de semejante tipo pesado. Pero
antes de que eso sucediese alcanzó a decirle:
—No sabía de dónde diablos te
conocía. ¡Vos sos el que iba al taller literario de acá a la
vuelta!
El hombre estupefacto solo atinó a
decir:
—Ehhh… sí, fui un par de meses.
—Ah bueno, flaco, yo también fui
porque todos van en este edificio y ¿sabes qué? Para que ustedes
entiendan hay que hablarles en el mismo idioma… “No digas nada,
no preguntes nada. Cuando quieras hablar, quédate mudo”. Esta es
de Francisco Luis Bernárdez.
El ascensor abrió sus puertas y ella,
visiblemente divertida, se perdió rumbo a la calle.
Acerca de la autora:
Ana Caliyuri
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