domingo, 27 de mayo de 2012

Hallazgo decepcionante - Marcos Zocaro


En un futuro muy lejano…
Alertados por la noticia, el director del Radiotelescopio Nacional y todos los ministros de Gobierno tardaron menos de un suspiro en llegar al Palacio Presidencial. Envueltos en un profundo silencio, causado por una mezcla de nerviosismo y desconcierto, fueron ingresando de a uno al Salón Dorado y ocupando posiciones en torno a la larga mesa de cristal. En una de las puntas ya se encontraba el Presidente.
Una vez que todos estuvieron ubicados en sus respectivos asientos, el Presidente se puso de pie y, con el más severo de sus tonos, anunció:
—Hoy por la mañana, el equipo científico del Radiotelescopio Nacional, liderado por su director, aquí presente... —lo señaló con un leve movimiento de cabeza—, ha descubierto un pequeño planeta orbitando alrededor de una estrella cercana. Un pequeño planeta… habitado por seres inteligentes. —Hizo una larga pausa, y emocionado agregó—: Señores ministros, tengo el agrado de comunicarles que no estamos solos en el Universo.
Nadie celebró la noticia.
A pesar del entusiasmo del Presidente, los rostros de los ministros permanecieron inconmovibles, sin reflejar el mínimo asombro, como si siempre hubieran sabido que los alienígenas no eran un puro invento cinematográfico y que, tarde o temprano, serían descubiertos. O quizá, lo que los ministros esperaban escuchar era algo aún más extraordinario.
El Presidente tomó asiento y posó su mirada sobre el director del Radiotelescopio, quien inmediatamente inició su explicación:
—El planeta detectado se halla a 7 años luz de distancia. Su civilización está en vías de desarrollo; pero, al igual que nosotros, ya poseen tecnología para la comunicación interestelar, han creado la televisión, la radio... —El detallado informe se prolongó por un tiempo, hasta que finalmente el científico concluyó—: Desde mi humilde punto de vista, creo que estamos en condiciones de realizar contacto e integrar nuestras culturas. Será un hecho trascendental para nuestros mundos.
—Pero —intervino rápidamente y algo preocupado el Jefe de ministros—, ¿estarán ellos en condiciones?
Luego de un incómodo silencio, el Presidente preguntó qué era lo que se sabía sobre su sociedad.
—De lo que hemos recopilado hasta el momento, podemos afirmar que es una sociedad muy similar a la de nuestros antepasados —sostuvo el científico—. Y, al igual que nuestro antiguo mundo, este pequeño planeta sufre de ciertos males: aparte de hambruna en ciertas regiones, hallamos importantes conflictos bélicos e interreligiosos entre sus naciones, conflictos que derivan en una sorprendente cantidad de muertes. En definitiva, es un planeta beligerante —afirmó, mostrando los primeros signos de decepción.
—De ninguna manera podemos hacer contacto —sentenció vehementemente el Jefe de ministros—. Nos ha costado siglos llegar a tener el mundo pacífico en el que vivimos y en el que deseamos que nuestros hijos sigan creciendo. No podemos darle vía libre al reingreso del espíritu bélico a nuestro pueblo.
—Pero es imposible que esta civilización nos ataque; son inferiores técnicamente —replicó tímidamente el director del Radiotelescopio.
—Ese no es el problema —el que hablaba era otro de los ministros—. La cuestión radica en que al hacer contacto se produciría un fuerte cambio cultural en nuestra civilización. La entrada de nuevas ideologías podría ser propicia para la guerra. En trescientos cincuenta años no hemos vivido ni un solo conflicto armado. Ni siquiera se oyen protestas sociales en las calles. ¿Entiende lo que le digo?
Todos los ministros asintieron con la cabeza.
—¿Y si el cambio es inverso y ellos son los que se transforman en una civilización pacífica? No se olvide de nuestra Historia —señaló el científico, ofuscado.
Hubo un nuevo silencio, esta vez mucho más prolongado que el anterior. Algunos ministros sacudían la cabeza y otros extraviaban sus miradas en el techo, pero la mayoría estaban atentos a la reacción que tendría el Presidente, cuya voz no tardó en hacerse oír:
—Estableceremos una comisión científica que se encargará de monitorear permanentemente a esta civilización y de recoger la mayor cantidad de datos posibles. Pero eso será todo. Dadas las circunstancias, no podemos arriesgarnos, no podemos poner en peligro el futuro de nuestro mundo. Así que prohíbo que se haga cualquier tipo de contacto con este planeta y que la información de su existencia trascienda estas paredes —ordenó con un ademán que abarcó toda la sala. Y después de una pausa, preguntó—: A propósito, señor director, ¿cuál es el nombre que estos alienígenas le dan a su planeta?
El científico, completamente decepcionado y con su cara más pálida de lo habitual, se paró sobre sus cuatro patas y respondió:
—Lo llaman Planeta Tierra, señor.

Acerca del autor
Marcos Zocaro

No hay comentarios.: