jueves, 19 de abril de 2012

Vocación religiosa – Raquel Barbieri


El hermano Pepe había entrado a la orden cuando era aún un adolescente, casi un púber que espantado de lo que eran sus padres, vio un salvoconducto hacia la libertad dentro del claustro. No tuvo mucho que pensar; no tenía tiempo para seguir pensando dentro de la pocilga en donde transcurría imaginando cómo sería tener unos padres cariñosos y una comida preparada con esmero.
Lo peor de todo es que nadie en su casa objetó su elección. Su padre, en la embriaguez acostumbrada, se arrastraba babeando hacia la botella de turno. La veía turbia, y entonces olfateaba haciendo el mismo ruido del perro anhelante antes de hincar las fauces en la presa. Creo que ni se enteró qué pretendía el hijo. Y la madre, harta de soportar al borracho perdido que vomitaba una vida de fracasos, se iba cada tarde, previo acicalamiento precario, a encontrarse con algún tipo que no emanara alcohol. Mientras no fuera alcohólico, el estómago le daba para cualquiera que le hiciera olvidar su vida. Y en esa casa sucia, llena de hedores rancios y sin música; en ese agujero parecido a una caja de zapatos berreta, nacía la idea de Pepe… del hermano Pepe que se unió a los benedictinos por desesperación y terminó siendo el abad principal cincuenta años más tarde.

La autora: Raquel Barbieri

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