miércoles, 23 de noviembre de 2011

Negocio redondo – Sergio Gaut vel Hartman


Ernesto estaba solo en su habitación lúgubre, patética: estaba tan aburrido y desencantado de la vida que su única preocupación era encontrar un modo apropiado de morir. De pronto, inesperadamente, sobre la mesa se materializó un aparato, un artefacto estrafalario que zumbaba y chasqueaba de un modo tan ridículo como su aspecto.

—Hola, aparato —dijo por decir algo.

—Hola —respondió el aparato.

—¿Podés hablar?
—¿Sos estúpido?

No era estúpido; solo estaba triste y frustrado, por lo que no creyó que un artefacto grotesco pudiera proporcionar solución a sus dificultades, por más que una ingeniosa grabación permitiera suponer otra cosa.

—¿Y para qué servís?

—Concedo deseos.
—¿Tres?

—Los que quieras.

—Me basta con tres.
—Bueno; pedí.

—Quiero una chica, un auto, una mansión en isla Margarita y un millón… no cinco millones de dólares.

—Son cuatro, pero no importa. Bien. Concedido.

—¿Ya está?

—Ya está.
—¿Y ahora?

—Ahora tenés que disfrutar de lo que pediste.

—Ajá. Pero antes tengo que creerte.

—Ese no es mi problema.

—De acuerdo: no te creo.
Si el artefacto hubiera tenido hombros se habría encogido de hombros. Pero como no tenía permaneció impávido, quieto, impasible. Esperó una hora y luego otra. Tampoco estaba en condiciones de perder la paciencia.

A la mañana siguiente Ernesto se levantó a las nueve, desayunó, buscó una caja en la que meter el artefacto —que contrariamente a lo que podrían suponer los lectores, no desapareció durante la noche— y se lo llevó a Salomón Verdinsky.

—¿Cuánto me da por este aparato, Salomón?

—¿Qué hace?

—Habla y dice estupideces.

Salomón pensó rápido. Si hacía una oferta antes de que el artefacto demostrara sus habilidades podría conseguirlo por monedas.

—Te doy trescientos pesos.

—¿Cuánto vale un revólver?

—Tengo uno barato de cuatrocientos noventa y nueve. Seis balas incluidas.

Ernesto sacó doscientos pesos del bolsillo, esperó a que Salomón trajera el revólver, le entregó el artefacto y se fue del negocio antes de que el comerciante pudiera entregarle el peso de vuelto.

Sergio Gaut vel Hartman

2 comentarios:

El Titán dijo...

excelente Sergio, me encantó!!!

Aladin 2.0

Javier López dijo...

Cuando un cuento es capaz de hacer creer que un artefacto tome vida propia, ese cuento es bueno.
Si además con esa participación endulza una mirada lúgubre sobre la condición humana, entonces ese cuento es excelente.
Y éste lo es.