sábado, 15 de enero de 2011

Lilith - Christian Lisboa


Eva estaba preparando la comida de los niños. Abel chupaba un hueso, su hermano Caín mordía una zanahoria, y su padre estaba ocupado lavando su hoja de parra, cuando escucharon por primera vez el golpeteo de los cascos de un caballo. Los cuatro salieron de la caverna y contemplaron, sin poder creerlo, la impresionante figura de una mujer que llegaba galopando, disparando terrones y polvo a su paso. A pocos metros de la entrada de la cueva, la mujer se apeó de un salto y dejó a su cabalgadura pastando. Luego, se dirigió a los cuatro perplejos habitantes de lo que fue el paraíso y los saludó por su nombre.
Eva fue la primera en reaccionar.
—¿Quién eres tú?, ¿por qué nos conoces? ¿Por qué llegas aquí sin ser invitada?
—Tú deberías saber quién soy. ¿Quieres ir conmigo? Te puedo llevar a conocer los más hermosos lugares, podrás vestirte como yo, y los hombres quedarán rendidos a tus pies.
Eva observó a la recién llegada. Era escandalosa. En lugar de mostrar su cuerpo desnudo, como debía ser, lucía una prenda de cuero que cubría y realzaba la forma de sus pechos, además de bragas, también de cuero, que ocultaban el vello pubiano. Eva, a pesar de su juventud, ya mostraba los senos caídos por falta de cuidado, y sus vellos, hirsutos y sucios, no eran agradables de ver. El rostro de Eva era bello, pero sus ojos carecían de la chispa de energía que bailaba en los ojos de la desconocida. Adán estaba helado por la impresión. No sabía si reaccionar con agresividad, protegiendo a los suyos de la intromisión, o si acoger a la recién llegada con hospitalidad. Estaba más inclinado a lo último, pues los negros ojos de la mujer lo cautivaban, y las extrañas prendas de cuero que semiocultaban el cuerpo de la bella, mantenían su mente ocupada en imaginar qué había debajo. Pero Eva rompió el silencio.
—¡Eres una blasfema! ¡Falsa! Vienes aquí a invitarme a ser infiel a mi esposo. ¿Y tú quién eres? ¿Qué pretendes? ¿Cómo sé que no quieres seducir a mi hombre y llevártelo?
—¿A ése? Ese no vale ni lo que hay bajo las uñas de tus pies. ¡Libérate, mujer! Si no lo haces, todas las que vengan después de ti deberán ser obedientes como esclavas, de imbéciles como éste. Sí, Adán, ¿acaso no me conoces? ¿Ya olvidaste por qué te abandoné? Me fui porque eres el tipo más aburrido del mundo. Y no has cambiado. Lo único que ha crecido en ti es la barriga.
Adán salió de su estupor. Ella estaba tan cambiada, pero sus ojos, sus cejas, su nariz recta, eran inconfundibles. La deseó más que nunca, pero sabía que era demasiado para él. No supo qué decir.
Eva ya no estaba muy segura. Continuó insultando a la visitante, pero sólo por marcar su territorio. Incitó a los niños a arrojarle piedras, y de una sola mirada inmovilizó a su esposo para evitar que interviniese, a favor o en contra.
La mujer volvió a montar en su caballo y se despidió a los gritos.
—¡Te acordarás de mí! ¡Por miles de años, tú, y tus hijas, y tus nietas, vivirán al servicio de tipos como éste, hasta que te decidas a escucharme!
—¡Vete, endemoniada! —dijo Eva. ¿Cómo te llamas, engendro del mal?
—¡Soy Lilith! ¡No lo olvides! ¡Legiones de mujeres me seguirán en el futuro!


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