domingo, 22 de agosto de 2010

En Blanco (versión) - Walter Böhmer


Miró el cursor titilante, como sacudiendo un brazo en medio de un océano blanco, solo, impotente. Viendo que todas las historias pasan por delante de sus ojos, los oscuros personajes riendo siniestramente, los bonachones queriendo tender una mano, los monstruos acechando detrás de árboles suspendidos en esas bolas de imaginación que pasaban como ovejas en los sueños.

No estaba completamente petrificado, pero parecía que el pozo al fin se había secado. Dicen por ahí que hay grupos de un solo disco, bueno, se lo puede aplicar a los escritores. Hay algunos de un solo libro, una sola historia, un solo personaje.

O más.

Daba lo mismo.

El pozo se había secado.

Eso pensaba.

Sólo podía mirar la pantalla en blanco por un momento, soportar el cursor indemne a las ideas, después de cierto momento se mareaba, indefectiblemente se mareaba.

Alquiló un sin fin de películas (sobretodo clase B, cuanto más bizarras, mejor; un buen lugar para el cultivo), leyó algunos libros; sobretodo de cuentos, nada muy largo. Necesitaba ya volver a escribir, que se le caiga una idea y la vea justo a tiempo antes de pisotearla.

Nada.

Pensaba en el último punto y aparte, pensaba en el momento de presionar las teclas, pensaba si algo había pensado en ese preciso instante, algo que quizá había querido advertirle que tal vez esas serían las ultimas teclas de una novela, del último cuento que escribiría.

Caminaba de un lado a otro, oía como el polvo se movía dentro de su cráneo casi vacío, salpicando las paredes con restos de cuentos ajados. Se golpeaba la cabeza con la palma de las manos al tiempo que pensaba sintiéndose un estúpido, “cómo si fuera a funcionar, idiota”. ¿Y porqué no?. Si a alguien le había funcionado no iba a sacar la cabeza por la ventana gritando ¡EUREKA!, ha vuelto mi gallina de los huevos de oro. Lo mirarían con cara de asombro y de acusación.

―He ahí a un loco ―gritarían a boca jarro.

No, se guardarían el secreto. Hijos de puta, se lo guardarían con toda seguridad.

¿Alguien escribiría “El Manual Para el Escritor Secado”?

Quizá lo haga si descubría la cura.

Preparó café.

Adoraba el aroma del café por la noche fría, mezclado con el olor a la tinta en una hoja de un buen libro, eso era para él su paraíso terrenal. Así debería oler.

¡Ah!, cómo extrañaba escribir.

Se sentía como un atleta que ha sufrido un accidente y le amputasen una extremidad.

“Mentira”, se dijo, “vi a muchos atletas correr con piernas de aleación”.

Fuera, una rama impulsada por el viento rascó la persiana. Entró parte de esa ráfaga por la hendija que queda entre las vías por donde corren las ventanas y le regaló un susurro.

―Punto y aparte ―le sopló al oído.

Se sentó frente a la computadora sosteniendo el taza de café que dejó sobre la tapa del libro, después vería con gracias la aureola oscura que se formaba como un sol emergiendo entre el titulo de la novela y el nombre del autor.

Presionó.

Punto y Aparte. Enter. Barra Espaciadora. Y escribió.

“Miró el cursor titilante, como sacudiendo un brazo en medio de un océano blanco, solo, impotente. Viendo que todas las historias pasan por delante de sus ojos, los oscuros personajes riendo siniestramente..."


Tomado de Apología de los Miedos

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