viernes, 28 de mayo de 2010

Historia de fósforos – Héctor Ranea


Meses atrás, debía advertirlo, comenzaron mis tribulaciones. Al querer cambiar una bombilla de luz me estalló en la mano y me corté. Era de esas que tienen una pintura interior a base de fósforo, el cual le da a la bombilla un brillo especial que hace que la iluminación no titile. Una esquirla de vidrio apenas visible se me incrustó en la yema del dedo índice derecho. Por suerte, soy zurdo, pero las molestias no terminaron al cicatrizar la pequeña herida. Ésta sangró un poco. Diría que dos gotas estándar, nada más. Pero lo que debí prever es que el fósforo se me metería en la sangre.
Como todos saben, fósforo se traduce Lucifer. Portador de luz. Ya Brand había visto en su taller secreto esa propiedad de acaparar luz donde otros sólo eran cuerpos opacos. Lo descubrió en la orina, en el semen, en los huesos. Comprendió que la luz mala se debía a Lucifer. Entonces dominó la luz, dominó a Lucifer. Y yo, pobre gil pampeano, no preví lo que me sucedió.
Unas semanas después del hecho que narro, un dedo de la mano izquierda tenía una fosforescencia pálida pero indudable que hacía parecer que el dedo fuera transparente. Al poco tiempo, el pene, más precisamente el glande, se me puso azul fosforescente (con tonos de verde, como corresponde a la fosforescencia que no tiene muy definido el color). Me hizo acordar a una película de Blake Edwards, pero a la pareja de entonces no le pareció nada gracioso y, como no se iba con nada (llegué a lavarme con lejía) finalmente se fue ella. Porca miseria.
Finalmente llegamos al día de la fecha. Tengo que andar desnudo porque cualquier cosa que me ponga no sólo me trasparenta, lo que es más ridículo aún, sino que me da un calor que me irrita la piel. Porca vacca.
Luego de varios intentos, estoy de pie en el puente sobre el río Napaleofú pero se me acercan las mariposas de noche, los bichitos verdes que vienen a copular en mis inmediaciones y me adornan como si fuera un átomo de Hidrógeno, con lo que me gusta la química después de esta experiencia fosforosa, un búho de las vizcacheras con una curiosidad, diría, malsana, una pareja de teros que se creen que llegó el día y un anciano pescador que se cree que soy una estatua cantora con luz y está armando su aparejo. Ni en este paraje solitario me puedo suicidar. Espero que al lanzar el aparejo no se me enganche en “salvas sean las partes”. Estar poseído por Lucifer no se lo recomiendo a nadie.

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