miércoles, 27 de enero de 2010

Suponga - Trent Walters



Pelinegro de nacimiento, Anan Muss era un nadador que recorrió el mismo andarivel once meses al año durante una docena de años. El cloro de la pileta blanqueó su pelo. Después de la escuela secundaria, abandonó la natación. El pelo en la cabeza volvió a su color natural, mientras que las cejas le quedaron de un color rubio arenoso blanqueado. Sus compañeros de clase le preguntaban por qué se había teñido el pelo o si había recibido terapia génica para parecerse más a Aliento de Lagartija. Sus hermanos pensaban que sus cejas habían encanecido.


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¿Era la imaginación de Anan o sus ojos ahora estaban cubiertos de escamas? Tal vez el creciente número de avistamientos de Aliento de Lagartija lo ponía nervioso. Lo que al principio parecía un simple incendio sin importancia ahora se veía más complicado y siniestro.


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Anan Muss trotaba largas distancias, poco a poco. Lo hacía lenta y pesadamente, a través de distritos industriales tranquilos y despoblados, para calmar su mente. En caso de que aparecieran ladrones, Anan dejaba su billetera en casa, no dándoles razones para molestarlo. Una noche, después de tres años de correr por la misma ruta, Anan fue arrestado. La policía lo llevó por toda la ciudad hasta un funcionario que no creía que Anan era el sospechoso ya que este vestía ropa diferente y era de una especie ―si no filum― diferente. El amigo del sospechoso no reconoció a Anan (ni Anan reconoció al amigo). Sin embargo, dado que Anan no tenía su billetera, ergo, debía ser el archicriminal Aliento de Lagartija que exhala gas metano y le prende fuego con su encendedor de cigarrillos. Cuando las muestras de ADN fueron negativas, la policía dejó libre a Anan, con renuencia. Cuando Anan decía adiós, se encontró que habían dos fosas donde solían estar sus oídos. Dónde había visto por última vez sus orejas, quería saber la policía.


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Anan descargó un periódico de las máquinas expendedoras en un café y, como todo el mundo perversamente fascinado por el elemento criminal, compró un encendedor de cigarrillos. Despreocupadamente, jugó con la piedra del encendedor. Se necesitaba más destreza de la que había supuesto. Abrió el periódico delante suyo en una de las mesas bajo el resplandor del sol. Las fechorías de Aliento de Lagartija eran omnipresentes y notorias. Edificios enteros se habían envuelto en llamas. Los expertos en perfiles criminales sospechaban del crimen organizado. Anan levantó la cabeza de los relatos periodísticos sobre Aliento de Lagartija para pensar por qué alguien haría una cosa así. Una mujer le dio una bofetada porque la miraba mucho. Eructó y su aliento se prendió fuego.

Versión de Saurio.
Original en The daily cabal.
Imagen a partir de una foto de Gladys Luque

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