sábado, 3 de octubre de 2009

Nueva defenestración - Héctor Ranea



El Primer Recontramaestre Territorial de la Comuna de Vrasmanostiie tembló al ver el sello imperial en la nota que llegaba de Ganso Mesto. El disco de lacre pesaba sus buenas cuatrocientas pezuñas y era difícil de creer que no hubiera aplastado al rollo de panza de cabrito en el que venía, con extraordinaria caligrafía, el pedido al Munster Bragador Real de Vrasmanostiie.
Mientras lo abría con reverencia y parsimonia para que así lo viera el mensajero senescal oficial de primera categoría, el Caballero Sigisislán de Ortocuadro, Segundo Comisario Postal Regional del Marquesado del Bueyatroz, el Recontramaestre sudaba (justo hoy que no estaba el Maestre Boi Loon de Kalamaria, le toca a él recibir este Documento Imperial) pues nunca nadie había llegado tan lejos como para peticionar a los H de Prag Morave Zad Dovoles. Y él no tenía aún idea de cuál podría ser, esta vez, tan única, la orden del Imperio.
A medida que desplegaba el cuero en el que estaba escrito el expediente y veía las firmas que se iban apilando en las diversas etapas de suscripción del mismo, su incredulidad se veía devastada por la evidencia abrumadora de que en las ocasiones que le tocaron vivir eventos al menos lejanamente emparentados con éste, nunca antes había visto tales firmas. Debería contrastarlas con las que el Escribano Superior Real conservaba en el Sancta Sanctorum de la Dieta Regional pero, más allá de las formalidades exquisitas, todo parecía tal como correspondía que fuese a un mensaje de Su Majestad Poderosísima. Desde el Sello Monumental y Serenísimo al pergamino que parecía de nieve de tan blanco hasta la caligrafía augusta, todo daba la sensación de ser perfectamente legítimo y sólo para guardar la pompa burocrática, se aseguraría de cotejar cada renglón con lo marcado por la Etiqueta Judicial Externa.
Alguna señal de cuál era el contenido del expediente la tuvo al encontrar en la maraña de rúbricas la del Brillantísimo Vicecanciller, condestable de la Marina Real y Alto Consejero Distrital, Juez Real de Ganado Mal Dirigido y Orco General de Asuntos Reglamentarios y de Casación.
Su sudoración se hizo viscosa y amarillenta, por no decir también maloliente, pues comprendió que finalmente el pretendiente había conseguido más de cien firmas que avalaban su propuesta.
Ese empeño de más de veinte años de autos, expedientes, capítulos de constataciones y peritajes de diversa laña y sayos, constataciones episcopales, bulas catastrales,, exposiciones a ordalías y confinamientos documentarios en arcones imposibles, estaba tocando a su fin y con ese rollo de pergamino el pretendiente podría estar siendo absuelto.
En efecto, al mirar el manuscrito completo, para lo cual debió poner el rectángulo sujeto por sus vértices con sacos de arena a tal fin, comprendió que se le daba la razón al caballero K (nombrado recientemente como tal por otra Bula Correctiva del Despacho Genuino de Su Majestad Principesca de Blavonia, adosada al expediente que tenía en sus manos el Recontramaestre y en la que se le otorgaban insólitos derechos desde su nacimiento).
En la forma de la Bula se aconsejaba al portador del estandarte submayor, el mensajero que había traído la palabra y Correo Secreto del Venerable Juez que ejecutara inmediatamente al Recontramaestre ahí presente, para eliminar el estamento que había sido creado para ejecutar a K.
Así, veinte años después de haber sido asesinado con dinamita por los esbirros emanados de la Bula, otra le otorgaba al Sr. K los honores a la par que, en reconocimiento del error administrativo, se lo resarcía con la ejecución de quien enviara la orden de ejecución.
El Proceso de K debía, sin embargo, continuar hasta la determinación sin sombra de dudas de su culpabilidad y el grado de participación en los hechos en autos, con pruebas y evidencias sustanciales y no meramente circunstanciales.
La orden se ejecutó ni bien el Recontramaestre terminó de leer el manuscrito. Como era costumbre, se lo ejecutó arrojándolo desde la última ventana y, como también era costumbre, él cayó hasta los cincuentitres árboles de profundidad y se fue a su casa llorando la miseria que de ahora en más lo esperaba. Algunos considerarán milagro el haberse salvado pero ya se sabe cómo son las costumbres de la burocracia. Si en los papeles dice que no morirá, no morirá.

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