viernes, 28 de agosto de 2009

El vuelo final - Damián Cés


Corrió hacia la puerta y la abrió esperanzado. “¡Otra vez aquí! ¡Basta, estoy harto!, ¿No aprenderé nunca a manejar esta máquina de porquería?” Nicolás Ráculo, gritaba, fastidiado consigo mismo, mientras una mujer con su faldón embarrado, corría alejándose de él.
Hacía semanas que pretendía llegar al futuro ¡No al siglo XIX! Pero una y otra vez caía en esa sucia calle, de ese pueblo, rebosante de basura y moscas. ¿Por qué no podía lograrlo? ¿Cuánto se perdería la humanidad, porque él había nacido en el siglo equivocado? Podría hacer viajar al hombre entre las estrellas, anular las pestes, trasformar el transporte...
La máquina del tiempo no debería ser un problema para su genialidad, sin embargo se empeñaba en fallar. ¿Acaso el vapor no tenía la suficiente energía? ¿La caldera era muy pequeña?
De súbito, apareció en la esquina un policía señalándolo. Un sudor frió corrió por la cara de Nicolás; sabía que estaba en problemas. Y todo, por culpa de la maldita máquina del tiempo. Es que el viaje anterior ya había colmado su paciencia y, cuando el desagradable vaho inundó una vez más sus fosas nasales; enloqueció. Arrojó piedras contra los comercios, pateó un carro de verduras y golpeó a unos asustados transeúntes.
Con presteza se reintrodujo en el recinto de la maquina del tiempo; aún tenía oportunidad de escapar. “¡Espérame futuro!”, gritó, mientras giraba enloquecido una gran válvula, y un quejumbroso chirrido aumentaba en intensidad.
La puerta de madera agrietada se abrió de par en par, saltando uno de sus goznes. El policía no estaba sólo, lo acompañaban dos robustos hombres vestidos de un sucio blanco. “¡Apúrate, apúrate!” gritaba Nicolás. Unas lágrimas comenzaban a rebasar sus parpados.
Se abalanzaron sobre él y, por más que se retorció y pataleó; lograron colocarle el chaleco, en medio de un ruido ensordecedor. Lo sacaron a la calle por la fuerza. Vecinos agolpados vociferaban contra él.
Los guardias lograron abrir la puerta enrejada del carromato, pero no llegaron a encerrarlo. La brutal explosión elevó a Nicolás, por los aires, junto a sus captores. Con una última sonrisa desde la oscuridad, pensó: “Hola, futuro, sabía que te alcanzaría”.

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