jueves, 27 de noviembre de 2008

Como siempre a horario - Juan Torchiaro


Antonio vio venir el colectivo y calculó que no respetaría la parada. No podía permitirse perderlo, así que corrió con su brazo en alto y pudo alcanzarlo gracias al semáforo en rojo. Se trepó totalmente sofocado y pidió un boleto hasta Centenera al tres mil. Buscó monedas en sus bolsillos y no encontró ninguna.
—¿Qué hacemos, viejo? —le dijo el chofer sin mirarlo, con intolerancia en la voz.
Antonio pareció no escucharlo y mientras seguía palpando los bolsillos recorrió con la vista el interior del vehículo con la esperanza de hallar un asiento.
—¿Y viejo, qué pasa. Pagás o te bajás? —amenazó el chofer.
Antonio miró la hora en el reloj del colectivo y se estremeció. Llegaría tarde otra vez. Lo suspenderían.
—Por favor —dijo—, no tengo plata. Lléveme por esta vez. No puedo llegar tarde a la fábrica.
El chofer lo miró irritado por el espejo y no dijo nada. Un pasajero le tocó el brazo para cederle el asiento. —Venga abuelo, siéntese que se puede caer —le dijo.
Desde el asiento no dejó de mirar el reloj y contar las paradas. Aún no había amanecido. Había salido tan apurado que llevaba puesto el pantalón pijama y sentía frío en las piernas. 
—¡Centenera al tres mil! —le gritó el chofer. Antonio se incorporó temblando, se tomó de un pasajero, llegó hasta la puerta y descendió vacilante.
—Estos viejos. ¿Qué andarán haciendo solos y tan temprano? —refunfuñó el colectivero.
Ya en la acera Antonio se detuvo para acomodarse el saco. Miró el frente de la fábrica. El portón estaba cerrado. Los vidrios de los ventanales rotos. Parecía abandonada. Recordó la cama fría, la humedad de la pieza, las otras camas. Desde el limbo de su arterioesclerosis, comprendió que había vuelto a escaparse del geriátrico.

1 comentario:

Rosana Don dijo...

¡Felicidades! Me gustó mucho.