sábado, 16 de agosto de 2008

Sensaciones de un bolígrafo - Alejandro Carneiro


Sentía que lo estrujaban, pero escribía, escribía y seguía escribiendo, era su destino. La voz no paraba de dar apuntes mientras el bolígrafo se movía lentamente sobre la hoja cuadriculada del cuaderno infinito. La mano de su dueño lo estrujaba cada vez con mayor fuerza, como una soga de condenado. Crujió. Una línea blanca, fina llaga, apareció en su cuerpo de plástico transparente. Iba desde la punta a la cabeza, esa grieta espantosa y mortal, pero la mano no disminuyó su presión, seguía escribiendo, ahora ya no violentamente, sino con saña encarnizada, sin interrupción para el respiro, sin márgenes en los bordes, llenando de signos azules las malditas celdas de la hoja. Crujió. La caperuza saltó por los aires. Un trozo de la cola del bolígrafo la acompañó en su vuelo peregrino de un instante. Cayeron sobre la hoja, pero nadie los recogió, no había tiempo. El bolígrafo seguía a toda velocidad por el papel, alejándose de sus restos caídos sobre los cuadraditos negros. Ahora escribía salvajemente. Crujió. La mitad del bolígrafo quedó sobre la hoja, la otra mitad continuaba su camino, violentamente, encarnizadamente. La mano es el peor instrumento de tortura. Llegó a la última línea de cuadraditos negros. Crujió. La tinta resbaló por lo que quedaba de su alargado tallo. A dos cuadraditos del final se paró para siempre, ya sólo arañaba, estaba seco y sucio. ¡Maldito boli! La mano que lo sujetaba tiró sus despojos al suelo y fue pisado sin contemplaciones por una bota embarrada. La punta del bolígrafo exhaló una última gota de tinta azul, que resbaló sobre las baldosas como una lágrima. El niño cogió con impaciencia otro bolígrafo de su cartera y siguió escribiendo, el dictado continúa, el profesor es un estúpido. El nuevo bolígrafo sintió que lo estrujaban.

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