domingo, 31 de agosto de 2008

El laberinto de los ancianos — Javier Villafane


Cerró los ojos y fue bajando entre raíces.
—Esto es la continuación de aquello —dijo el otro anciano que lo llevaba de la mano.
Las palabras se golpeaban unas contra otras. El y el que lo llevaba de la mano —una mano fría y la otra mano helada— no oían más que el eco.
Iban bajando.
—Me acuerdo —dijo el que lo llevaba de la mano (tenía deseos de hablar, de comunicarse, de oírse)—. Una tarde, recuerdo... (Quería contar la mano helada.) ¿Me escucha?
Otra vez el eco. Las palabras golpeándose unas contra otras. Goteaban las paredes. Era una lluvia hueca. Se filtraba en las piedras.
—Mire abajo.
Y vio un largo corredor que continuaba. La mano de otro anciano lo estaba esperando.
Debía seguir descendiendo.
—¿Hasta cuándo? —preguntó.
—No sé. Esto es la continuación de aquello —respondió la otra mano.
Y siguieron bajando entre paredes cada vez más juntas.

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