domingo, 25 de mayo de 2014

Los puntos cardinales - Rafael Blanco Vázquez


Los hay que tienen una pasión y no soportan a los que tienen otra y entre todos se matan defendiendo cada uno su parcela. Son, por ejemplo, los ultras futbolísticos. Saben que una pasión es para toda la vida y cada cual defiende sólo sus intereses y les parece estupendo vivir en esa subjetividad. Se les llama intolerantes.

Después están los que también tienen sus pasiones pero respetan a los que tienen otras y entonces se dedican a cenar juntos y a discutir mientras fuman y luego se quieren todos y son los mejores amigos del mundo porque parten de la base de que cada cual es como es y les parece estupendo ir por ahí sosteniendo que cada persona es un mundo. Se llaman a sí mismos tolerantes.

A mí me molestan todos. No los soporto y me cago en ellos. Odio su incapacidad para buscar una verdad, así que se me revuelve toda la entraña y me meto en mi casa con mi mujer para no salir más durante mucho tiempo y entonces me enfado con ella porque tampoco soporto que tenga su carácter y me paso el día rumiando la bilis y el odio que me provoca vivir en este mundo de mierda y leo libros que me dan la razón porque los libros no son ni un viaje ni un descanso ni un tesoro sino la manera más profunda que tiene uno de aislarse.

¿Qué soy, muy especialito? Nada de eso. El mundo está lleno de hijos de puta como yo que no aguantamos que nos llamen intolerantes como si fuéramos los únicos intolerantes en este mundo lleno de hijos de puta.

La vida es una porquería hedionda pero qué vamos a hacer sino vivirla, y es que lo más gracioso (maldita la gracia) es que dicen que soy un tipo gracioso salvo cuando me pongo oscuro del todo como me ocurre cada vez más a menudo.

Estoy en el metro y me parecen todos feos e inútiles y me angustio y sólo quiero llegar a mi casa. Voy en el autobús y no quiero ir en el autobús porque está lleno de gente repugnante pero no me queda más remedio que sobrellevar la cosa con aparente serenidad porque lo único que me apetece es ponerme a gritar y a escupir y a vomitarles a todos en sus sucias caras de personitas satisfechas que sonríen a sus hijos. Me monto en un taxi y el taxista es un hijo de mil putas. Cuando por fin llego a mi casa respiro y suspiro y conspiro en vano. Por suerte, como digo, apenas salgo. Me he comprado dos pijamas y varias camisetas interiores para estar bien tranquilo en casa y no pasar frío, aunque mi mujer dice que lo que me hace falta es un suéter y unos vaqueros nuevos.

Sobre el autor: Rafael Blanco Vázquez

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