jueves, 16 de enero de 2014

Temas preocupantes en un fin de año – Héctor Ranea


Cinco temas que me preocupan actualmente, a saber: la forma de las cosas, el color de los ojos de las personas, cuál es el sabor del chocolate, el orden perfecto de las palabras y qué piensa de mí mi gato.
Para estudiar estos temas armé un equipo en el que sólo trabajo yo, pero por suerte, dividido. En parte leo qué piensan otros que razonan cosas parecidas o, si no son las mismas, de qué manera se prenden del problema para resolverlo, eventualmente. Por ejemplo, encontré en la red una mujer que piensa que tiene que saber la razón por la que el hielo tiene color. O la de un joven birmano que tiene motores a explosión y quiere saber dónde va la explosión de cada tiempo. O la de cierta mujer que no dice la edad, que quiere conocer de cada semilla la planta de la que viene, suponiendo cierta distribución de viento y transporte por bichos.
Somos legión.
Pero no tengo en claro por dónde empezar, por ejemplo, con el tema del chocolate. Sobre todo porque no me da el tiempo ya que, ni bien empieza el verano, el chocolate se derrite demasiado rápido y no me da para saborearlo y me pierdo en tantas pruebas que tengo que hacer, porque el gusto se me pone bastante fastidioso y, si bien yo sigo siendo yo, esa parte del equipo se me rebela y quiere tomarse las cosas con más calma. Lo mismo que con los colores.
Ahí tenemos varias discrepancias pero el maestro del equipo, que vengo a ser yo durante la etapa posterior al estudio, estableció que los colores surgen de los ojos. Me parece que tiene lecturas atrasadas, pero es el maestro, así que estamos en cierto modo atascados como pato que tragó cebo, como dicen en mi pueblo. Y seguimos con la discusión de los colores como si supiéramos. Que si verde, que si rojo, que si amarillo y, al final, los colores hacen lo que quieren, se llaman como quieren y no sabemos si están ahí o en los ojos. Una calamidad, más o menos como los otros, como el orden de las palabras.
En el principio fue el Verbo, me dice el teólogo del equipo. Y yo le creo. Claro, qué otra cosa me queda que creerle si al fin él supuestamente habló con una autoridad y no como yo, que soy un mero escriba. Sin embargo, a nadie le queda claro qué podríamos decir si ponemos el verbo adelante y menos aún si no sabemos cómo sigue. Teniendo todo esto en cuenta, no me caben dudas de que pocas oraciones llevo escritas comenzando con verbos. Una podría ser: “Comió con semillas el melón” y, aunque es correcta, no sé qué quiere decir ni a quién se refiere. Comió y después cualquier cosa es otra oración, por cierto; pero me dificulta la respiración no saber qué pasaría si no hubiera comido o si no tuviera semillas o qué hubiera sucedido si en lugar de melón comía, quien quiera que fuese, otra cosa. Hágase la luz es otra oración, bastante buena. Ahí va el verbo. Pero la luz, ¿de dónde sale? Yo creo que el teólogo debería decirnos de dónde sale la luz o no le creo nada, igual que con el asunto del gato.
Ése es el que más me preocupa, en absoluto. Y no porque no me preocupen las otras cosas (aunque no voy a hablar de todas) sino porque mi gato evidentemente piensa porquerías de mí, a estar por la forma en que se ríe de mis silencios y de la forma en que me inclino para servirle el alimento. Eso cuando me dejan los otros del equipo. El zoólogo, por ejemplo, insiste en que los gatos no piensan nada de las personas, del mismo modo que nosotros no pensamos nada de las mojarritas: sólo las comemos fritas. Más o menos. O sea, el tipo dice que el gato es superior a todos nosotros juntos, que al fin somos yo. Y eso es paradojal: es más que todos juntos cuando somos uno solo. Listo, lo dije.
Ahora tengo otro tema del que tengo o tenemos que ocuparnos. Ya van seis.

Sobre el autor:
Héctor Ranea

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