viernes, 13 de diciembre de 2013

El regreso - Paula Duncan


El había regresado al pueblo convertido en un médico exitoso; si, con algo de fama o reconocimiento; se había especializado en cardiología.
Nunca supimos la causa de su retorno; nadie recordaba como era él antes. Nadie; solo Marina y yo.

Esa noche nos reunimos en su casa a planear el encuentro; debíamos ser dos ocasionales pacientes pueblerinas, al día siguiente lo hicimos, pedimos turno con un nombre falso por las dudas. La noche fue interminable, recordábamos todo perfectamente; aunque nunca habíamos tocado el tema, todo seguía ahí con lujo de detalles.

Era un verano tórrido, donde la sangre adolescente hervía en nuestras venas; él era unos años mayor, nosotras dos niñas todavía ahora la adultez nos equiparaba pero cinco o seis años en aquel momento era mucho. Mucho; demasiado.
Había terminado el secundario y nosotras lo comenzaríamos ese año; se paseaba por el pueblo pavoneándose con sus dos amigos inseparables; a mi me gustaba mucho, Marina lo odiaba.

Los carnavales eran estupendos en el pueblo, los pobladores lo esperaban ansiosos todo el año para olvidar las penas y comenzar otro año más alegres; en un baldío habían preparado el baile con lamparitas de colores y banderines movidos por el viento estival; llegamos y ahí estaban los tres muy alegres. Se acercó y me invito a bailar un rato y se fue; y así varias veces en la noche; ya estaba decididamente fascinada; Marina de mal humor me decía “no sé qué le ves”.
En un momento pasada la medianoche, me invito a caminar, fuimos a pesar de Marina; el tomaba mi cintura y era agradable, acariciaba mis manos mi cabello… llegamos al borde del pueblo y nos sentamos en un viejo tronco, ahí sus caricias se hicieron más atrevidas, en un momento me asusté y comencé a luchar por escapar, quería irme y escuche las risotadas de sus amigos, lloraba a gritos pero nadie escuchaba. Nadie; en un forcejeo cuando el intentaba quitarme la ropa, mi cabeza golpeó contra el tronco y me desmayé.
al volver en mí estaba con Marina, que se tragaba los sollozos y trataba de acomodar mi vestido.
Miré al cielo, el amanecer estaba cerca, muy cerca; debíamos volver. Esa noche dormí en casa de Marina; me sentía culpable, sucia pensaba que se notaría lo sucedido con solo observarme… pero no fue así; no le contamos a nadie y al poco tiempo ellos los tres marcharon a estudiar a la ciudad; ayer, él volvió.

Pedimos el turno y esperamos tranquilas una semana mientras repasábamos los detalles, el no nos reconocería, o sí...
Era un martes por la tarde.Tarde; poca gente en las calles del pueblo, era hora de mirar televisión o cocinar, los chicos ya estaban en casa.
Entramos; la secretaria tomó los datos que eran falsos; pasamos a la sala de espera, pulcra y silenciosa, una pequeña fuente desparramaba sonido de agua corriendo por el lugar; algunas réplicas de pintores famosos… nos sentamos a esperar; al salir el paciente anterior entró la secretaria y escuchamos “ doctor solo tiene una paciente mas ¿me puedo retirar , ya es tarde”, escuchamos asentir amablemente al doctor; ella nos hizo pasar y se marchó.
entramos saludamos , no nos reconoció en principio, cuando lo hizo pasado un tiempo vimos el desconcierto pintado en su cara, que se acrecentó al ver el arma en mi mano…
Nadie escuchó nada. Nada.

Al otro día en el pueblo todos decían: Se suicidó el doctor,¡Pobre!
Habíamos hecho muy bien nuestro trabajo. Si, muy bien hecho.

Acerca de la autora:   Paula Duncan

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