sábado, 9 de noviembre de 2013

Pedro el breve - María Ester Correa Dutari


Pedro toma transportes diferentes para ir al trabajo. El reloj lo despierta puntualmente a las cuatro y media de la mañana, poco tiempo para desperezarse, a las apuradas sorbe el té. El monoambiente apenas recibe rayos del sol, siempre oscuro, encerrado por torres modernas en la gran ciudad.
Medio peinado, medio lavado, a las cinco toma el cincuenta y cinco que lo deja en la parada del cincuenta y cinco en Retiro, y de allí el tren hacia el oeste de la provincia de Buenos Aires, se baja y toma otro colectivo que lo deja sobre el horario de entrada en el frigorífico.
Su único horizonte es un caño donde agarrarse, no ve nada más que techos de colectivos, trenes, galpones, y su monoambiente.
Apenas agacha la cabeza y mira por las ventanas, solo para no pasarse.
Las personas sin rostros, las personas jamás son las mismas, pero siempre son las mismas, solo que él no las reconoce. Las de ayer, las de antes de ayer, las de siempre, pero siempre ajenas.
Millones de personas, cientos de barrios, de edificios, de ventanas de cortinas, de casas que ve pero no ve.
Se vacuna, se anestesia, se pone una venda, sus ojos los usa nada más que para no llevarse nada por delante. Solo cinco minutos en el trabajo para ir al baño contado por un tortuoso reloj de arena y otro digital que chilla cuando se ha violado la regla. Solo cinco minutos para fumar en el cubículo de cuarenta por cuarenta. En la ciudad de cemento está prohibido fumar en todos los sitios, solo tienen un tubo por el cual expeler los toxinas. Los fumadores son cuasi delincuentes. Solo cinco minutos contados por un tortuoso reloj de arena y otro digital que chilla cuando se ha violado la regla. No articula palabra, no tiene con quien hablar, fugaces miradas esquivas, aún cuando suceda algo extraño, Pedro el breve no articula palabra, solo hola, permiso, adiós…
De su vocabulario se han borrado las palabras, solo se oyen onomatopeyas.
Pedro el breve también lo es en sus movimientos, sube, baja, salta, pone el cospel, saca el boleto, pulsa el botón del ascensor, abre, cierra las puertas, las canillas, prende y apaga la luz...
Nadie lo escucha, a nadie escucha, nadie se detiene, el tampoco se detiene, porque nadie tiene nada que decir, ni escuchar, ni hablar, poco tiempo, poco espacio para la vida.
Pedro el breve, en el todo es breve, menos la larga y triste soledad.

Acerca de la autora:
María Ester Correa Dutari

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