jueves, 24 de octubre de 2013

Ahora el almirante quiere oír, ¡oro a la vista! - Daniel Alcoba


Diez hombres en el bote de La Pinta, diez en el de La Niña, doce en el de la capitana, en cuya proa se yergue el almirante, jubiloso: llegó a tierra ignota, ¡y se ha ganado los diez mil maravedís del premio de los reyes! Con una astucia propia de Jacob, que supo escamotearle la primogenitura a su hermano hambriento de lentejas, y robarse con magia los corderos nonatos de los vientres de las ovejas de Labán, su suegro. Todos los marinos se han vestido como para fiesta mayor o boda.
Cristóbal Colón está exultante de alegría: Cipango debe estar muy cerca, y él a punto de pisar tierra de su virreinato. Echa a flamear el torreón dorado de Castilla, el león rojo de León, las barras amarillas y rojas de Aragón. Posa para una estampa que cuatro siglos más tarde ilustrará el momento.
Cuando comienzan los gestos solemnes de plantar banderas, cruces, ven a un hombre… “¡Un indio!”, dice Cristóbal con todo derecho, puesto que está seguro de haber llegado a un archipiélago de la India.
Martín Alonso Pinzón ordena a los ballesteros que apunten a los indios, puesto que al primero se han sumado otros. Colón los detiene, ya advirtió que no están armados y parecen pacíficos. Torres, el intérprete, les habla en hebreo, en arameo, en latín, en árabe. Los indios ríen. Un marinero comienza a repartir chucherías. Los cascabeles los entusiasman.
Colón, de manera sistemática y tranquila, Martín Alonso Pinzón, con urgente avaricia, indagan a los lugareños: ¿dónde está el oro?
El almirante, entre charla y charla aurífera, con unos aborígenes que hablan una lengua del todo incomprensible, escribe su diario de viaje, dibuja animales y plantas, se entera de una tribu de amazonas que emprende expediciones amorosas a las islas vecinas para reproducirse, porque no admiten hombres en su nación.
La aventura de Cristóbal Colón se ha vuelto aún más sonámbula.


Acerca del autor:  Daniel Alcoba

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