En una de sus notas de trabajo, Apelio consigna que los doscientos un rostros que formaban la obra querían reproducir la historia de la humanidad desde la caída de los primeros padres hasta la llegada de los nuevos tiempos en que el hombre se convertía en dueño absoluto del cosmos.
A los estudiosos siempre les llamó la atención que la obra contuviera tan sólo doscientos rostros. Su condena, en cambio, les pareció otra anécdota del fanatismo.
Una carta que Baruch Spinoza mantuvo con el artista aporta una información oblicua. ¨Ese Dios que usted quiere pintar, ese Dios que no está fuera del mundo sino que es cada piedra, cada gota del mar, cada imagen matinal, cada hombre y aun el sueño de cada hombre es mi propio Dios.¨
Acaso el juez inquisidor, ávido de sutilezas, no haya querido que aquella transparente blasfemia panteísta pasara por alto. Pero esto es apenas una interpretación.
Acerca del autor: Cristian Mitelman
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