jueves, 24 de enero de 2013

Cálculos – Raúl Leis R.


El día cuando José Hernández calculó que en sus 50 años de vida había gastado cinco meses, cuatro días y siete horas rasurándose todas las mañanas frente al espejo, tomó la inusitada decisión de dejarse la barba para siempre.
Al día siguiente, con una sombra que le inundaba el mentón, aprovechó las horas muertas, sentado en uno de los treinta y tres escritorios de la sección del banco donde trabajaba desde hacía 28 años, y leyó en una revista que durante las ocho horas de sueño, el cuerpo se mueve involuntariamente cada 15 minutos y con esa acción levanta la quinta parte del peso del cuerpo. Sobre la base de esto, calculó que cada noche, él levantaba más de 500 libras de su propio peso mientras dormía, lo que era en verdad muy agotador. Entonces, concluyó, por la no-existencia del descanso nocturno, pues más bien uno se agotaba durmiendo. Por ello tomó la decisión de no dormir más y de mantenerse en vigilia permanente.
En los cinco días siguientes su aspecto llamó la atención general y sus compañeros de labor volvieron a caer en cuenta de que él existía. Varios jefes le llamaron la atención a José Hernández acerca de las normas establecidas por el banco sobre la buena presentación de los empleados, por lo que se sucedieron amonestaciones escritas, privadas y públicas en la recta final hacia el desenlace del despido.
Al noveno día, barbado y desvelado se sentó en su lugar. Encontró sobre el pupitre el sobre que contenía lo esperado, la carta de despido. En lugar de abrirla –no era necesario– prefirió volver a calcular. Si cada latido de su corazón bombeaba 50 gramos de sangre, multiplicado por 70 latidos por minuto, su órgano vital despachaba vertiginosamente 10 mil litros de sangre al día por su aparato circulatorio. El peso de este movimiento era equivalente a un contenedor lleno de mercancía.
Apagó la calculadora. Se levantó. Guardó los lápices, borrado-res y las hojas verdes de contabilidad en la sección de cuentas in-cobrables del archivador, donde también escondía cosas suyas, como la nota de tres líneas de su esposa cuando lo abandonó hacía cinco años, billetes de lotería fallidos y rifas perdedoras, becas re-chazadas y concursos sin resultados, y bien en el fondo del mueble, las viejas fotos de su madre muerta. Contempló en esa gaveta el vacío de su vida y la soledad que lo había acosado por medio siglo. Tomó la decisión, definitiva e irreducible, de que era hora de morirse. Miró el reloj de pulsera. Estiró la camisa y la acomodó en el pan-talón. Se sentó mientras se arreglaba el nudo de la corbata y sin más rodeos capturando un bostezo que intentaba ganar su cara, así lo hizo.

De "Cuentos de la calle", Los libros de las gaviotas nº8
Sobre el autor: Raúl Leis R.

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