miércoles, 19 de diciembre de 2012

El hombre tímido y la mujer dispuesta – Francisco Garzón Céspedes


Un hombre joven y tímido, de esos tímidos por vocación, de esos para los que la timidez parece el ejercicio de una pasión encauzada hacia la conquista de elevadas metas, se convirtió sin pretenderlo en el objetivo amoroso de una mujer joven y dispuesta.
La mujer dispuesta era, más que dispuesta, bien dispuesta. Un raro ejemplar de colección, capaz de emprender las más arriesgadas aventuras, desde las de escalar las montañas más altas y abruptas, hasta las de iniciar hazañas nunca ejecutadas, como aquella, que la mujer había concluido felizmente, de amaestrar, dentro de una misma jaula y al unísono, a un león auditivo y hambriento y a un loro sordo y neurótico.
La timidez manifiesta del hombre, que siempre andaba como encogido en sí mismo, fue lo que hizo que la mujer dispuesta bien dispuesta se enamorara.
Pero cada vez que el hombre veía a la mujer, aunque la mujer no le disgustaba, comenzaba a retroceder y retrocediendo se perdía de vista, a tal velocidad, que la mujer por muy dispuesta que era no conseguía alcanzarlo.
Y si la mujer no alcanzaba al hombre difícilmente podía decirle que estaba enamorada y proponerle que iniciaran una relación.
La timidez del hombre era de tal magnitud que, aunque a la vista de la mujer, él pudiese haber deseado quedarse en el sitio o avanzar hacia ella, su piloto automático, de tímido indómito, lo hubiera hecho alejarse en marcha atrás desaforada.
La mujer estaba harta de correr detrás del hombre cada vez que lograba avistarlo, furiosa de quedar con la lengua afuera sin nunca darle alcance y sin poder averiguar siquiera dónde vivía o dónde trabajaba.
Como la mujer era una mujer dispuesta bien dispuesta tomó una decisión. Y tramó un complicado plan en el cual invirtió íntegros sus ahorros. Organizó un falso concurso de tímidos con una desproporcionada y apetecible recompensa para el más tímido de todos. Y además, ofreció gratificar a quienes le dieran información acerca de cómo localizar a los posibles muy tímidos concursantes.
Si por supuesto los tímidos, como era de esperarse no se presentaron, sí obtuvo la mujer señalamientos precisos acerca de los tímidos más tímidos de la especie humana que vivían en aquella ciudad.
“Desencontró”, más que encontró, uno a uno a los tímidos que, por los datos que le habían sido facilitados, creyó podían ser el hombre, pues fue a buscarlos a sus propias casas y trabajos.
Y cuando llegó a la casa del hombre, tocó, y fue éste quien abrió la puerta, la mujer reconociendo a su amor, y para no “desencontrarlo”, le dijo, que era muy tímida, que cuando alguna vez había parecido que lo perseguía era porque huía de alguien, como en esta ocasión, en que escapaba y necesitaba refugio porque la perseguían sus amigos de la infancia para presentarla al concurso.
Desde entonces el hombre tímido, pero que muy tímido, y la mujer dispuesta, bien dispuesta, son felices, y el tímido es quien cree tomar de los dos todas y cada una de las iniciativas.


No hay comentarios.: