miércoles, 21 de noviembre de 2012

La pata de pollo - Carmen Belzún


“Yo haría cualquier cosa para complacer a Fernando. ¡Hemos viajado tanto! También compartimos estudios y proyectos. El primero creo que fue la casa. Yo quería algo pequeño e íntimo; pero él prefería los lugares espaciosos. Y por eso vivimos en esta casona tan antigua, con techos altos, pisos de madera lustrada, con cortinas tejidas al crochet por su abuela –¡ni eso nos faltaba!-. Aprendí a nadar para acompañarlo durante sus largos en la piscina. Hasta acepté el perro. Siempre les tuve miedo a estos gigantones todo dientes y gruñidos. Pero con el tiempo el ovejero alemán pasó de mascota a miembro activo de la familia y ahora me es imposible comer uvas sin invitarlo. ¡Glotón!. Todo lo he ido aceptando con naturalidad, aunque no me gustara o le temiera. Y ahora esto...No sé. Hubiera preferido otra cosa. Tal vez si lo natural no resultaba (como ya comprobamos), podríamos haber recurrido a la ciencia, o a nada. Yo estoy bien así. O estaba, creo. Nuestro mundo empezó a temblar cuando a Fernando se le ocurrió que también quería una familia. Técnicamente, no lo éramos. Familia: padre, madre, hijo. A mí nunca se me hubiera ocurrido. No necesitaba nada más que a él. Con absoluto desgano (y sonrisa de circunstancias) lo acompañé a llenar formularios, enviar carpetas, realizar entrevistas. Creí que se iba a cansar o a aburrir. Contrariamente a lo que pensaba, el muy terco se salió con la suya y ahora está acá la criatura, un extraño que no se levanta un metro del piso. Cierto que el mocoso es muy mono y bastante despierto; también concedo que me he ido acostumbrando a su inquietante presencia, sin embargo...” 
La mujer cortaba ensimismada, en trozos muy pequeños, la pata del pollo. La carne tierna se desmenuzaba sin esfuerzo. El hilo de sus pensamientos se interrumpió cuando el chiquito de no más de cuatro años tironeó su ropa y le exigió: 
—¡Dale! ¡Dame comida! 
A ella le molestó la insolencia del tono imperativo. Con sequedad, alcanzándole el plato, subrayó: 
—¿Qué se dice? ¿Qué se dice? 
El nene levantó la mirada y casi gritó lo único que necesitaba:
—¡Mamá!... 

Sobre la autora: Carmen Bezún

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