miércoles, 18 de julio de 2012

Y nada más - Maru Alzugaray


En cuanto al tiempo, ella recuerda que había sol y nada más. No puede acordarse de si hacía frío o calor. Recuerda el sol, los juegos con los más pequeños, sus propias carcajadas surgidas únicamente para alejar “eso” que la hacía sentir mal y triste y desesperada. Sobre todo esto último, porque nada podía hacer ella para evitar lo que sabía que estaba por suceder.
Nadie le había dicho nada, pero el silencio de los mayores o las charlas espaciadas y los extraños movimientos que realizaban a escondidas ya se lo habían advertido.
Todos fingían y ella también.
Había aprendido los códigos, había descubierto cómo descifrar el sentido oculto de las palabras, había puesto voces que gritaban la verdad cuando las bocas estaban cosidas por inimaginables motivos.
Aunque era pequeñita, se había tomado la molestia de hacerlo casi sin proponérselo, porque de alguna forma tenía que sobrevivir. Y atragantarse era una manera de hacerlo.
La risa compulsiva se transformaba en algo bueno y malo al mismo tiempo. Era como un arma que tenía el poder de conjurar “eso” que la amenazaba, y también (ella no lo ignoraba) el de retardar lo inevitable.
Era maravilloso que se fuera el dolor por unos segundos, no llorar, no gritar, no sentir la herida.
Sólo puede verse a sí misma en dos momentos: cuando reía y después. No sabe tampoco cuánto tiempo pasó. Sólo que avanzó y avanzó.
El después aparece más claro y más preciso en sus recuerdos.
Iba con ella, con la otra que era como ella, a la que trataba de parecerse para no perderla, para no perderse. La otra la llevaba de la mano. Atravesaban en silencio ese pequeño camino que las dos sabían hacia dónde conducía. Sin embargo, pensaba, un milagro puede suceder, algo podré hacer, no de nuevo, no otra vez ese dolor en la herida, por favor.
Y el después llegó. Rápido, contundente, con la fuerza irracional que desconoce los sentimientos. Con la puntualidad exacta de la destrucción.
¿La otra soltó su mano? ¿Alguien les separó las manos? ¿O ambas desgracias coincidieron?
No importa. Ya estaba hecho. La otra se iba sin ella, o llevándose casi todo de ella, y ella se quedaba retenida por otras manos…y vacía.
Recuerda su llanto inacabable, su desconsuelo perpetuo, sus gritos que desgarraban aún más su herida, pidiéndole a la otra que volviera con ella y por ella; sus brazos extendidos, sus manos que trataban de alcanzar lo imposible y sus ojos que buscaban retener la imagen de la otra que partía y la partía a ella…y nada más.

Acerca de la autora:
Maru Alzugaray

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