martes, 24 de julio de 2012

Buen gusto – Carlos Enrique Saldívar


La conocí en una discoteca gay. Siempre había sentido curiosidad por asistir a uno de aquellos antros. Sabía que no tendría ningún interés sexual en mí, no obstante era hermosa y su imponente presencia me provocaba. Me hallaba apoyado sobre la barra, tomando un gin tonic; ella, acomodada a mi costado, no dejaba de mirarme el tatuaje que tenía en el antebrazo izquierdo. Me habló con una voz seductora y, a la vez, siniestra.
—He buscado mucho tiempo a alguien que tenga tu marca. Los 666 no son comunes. ¿Es de nacimiento? —Bebió un poco de su pisco sour.
—No. Es un tatuaje, me lo pusieron mis padres el día que nací.
—Qué padres tan excéntricos. ¿Cómo es posible que alguien tatúe a un recién nacido.
—Una vieja costumbre de su pueblo. Colocar la fecha y hora de nacimiento en el cuerpo. Para mí no fue doloroso.
—¡Salud por eso! Me llamo Lila.
—Yo me llamo Levián. —Vi un hermoso tatuaje azul en el hombro de ella. Una figura animal, una loba, en definitiva; lo deduje por los rasgos. Transcurrió una hora, bailamos, bebimos un poco más. Aclaramos que ambos estábamos solos (yo nunca me desplazo con gente), los amigos de ella ya se habían retirado, aburridos. También quedó en claro que mi acompañante era bisexual y yo, heterosexual, lo cual me brindaba la esperanza de tener una noche deliciosa. Platicamos sobre nosotros, algunas cosas banales. Yo notaba que Lila quería decirme algo importante, aunque no se animaba. Finalmente, cuando nos hallábamos sentados en una mesa, me perturbó con sus palabras:
—666 es la marca del diablo, ¿sabías?
—No soy católico.
—No tiene que ver con que seas católico, simplemente podrías resultar ser un demonio disfrazado que pretende beber mi sangre y devorarme en honor a su Amo. —Me reí a carcajadas. Ella permaneció seria.
—En tu bonito hombro tienes un estupendo tatuaje de loba, ¿debo pensar por ello que eres una mujer licántropo?
—Harías bien en hacerlo porque sí, lo soy.
—Pues yo no soy ningún diablo. —Me levanté de la silla y procedí a retirarme. Ella estaba pasándose de la raya y yo no pretendía seguirle el juego. Salí por la puerta equivocada, deduje, puesto que la calle estaba silenciosa. Seguí adelante, pasé a una callejuela desolada, un poco de niebla me envolvió.
Noté que me seguía.
Volteé a mirarla. Su espeso cabello negro, su piel blanca, su vestido azul oscuro, su figura perfecta, sus piernas largas y firmes, todo aquello me excitó. No soporté más y me acerqué, la rodeé con mis brazos y la besé, introduciendo mi lengua.
Ella sintió el mismo deseo que yo. Comenzó a aullar y a gruñir.
Entonces se transformó.

Un pordiosero me vio salir a la avenida para tomar un taxi. No diría nada. Pude confirmarlo al ver sus trastornados ojos. Me puse la gorra y cubrí mi cabeza, las dos marcas de hueso blanco eran notorias, aún de noche. Nunca en mi vida había probado ese tipo de carne. Era deliciosa, debía regresar pronto a esa discoteca por más. En seis días iré a la disco de la Calle Roja de Lima. Me comentaron que ahí suelen ir vampiresas, su sangre es dulce como la miel, de calidad. No como la carne humana, que es la peor del mundo.

Lima, mayo de 2011

Acerca del autor:
Carlos Enrique Saldivar

No hay comentarios.: