Un imprevisible viraje de la nave regresó a Sham a la realidad y lo obligó a centrarse en los controles de la computadora madre. Solucionado el problema, Sham volvió a zambullirse en sus pensamientos. Especuló que, tal vez, si Ann_Té accedía a instalarse con él, cuando llegaran a destino renunciaría a su tarea de mecánico y navegador y haría las gestiones para que les asignaran uno de los edificios nuevos, modernos y de exterior impoluto que abundaban en Anouk XV. Allí nadie se iba a inmiscuir en sus hábitos sociales y podría disfrutar, sin culpas, de los placeres de la venusina. Por sus trabajos en la Flota le correspondía una anualidad fija con la que ambos podrían convivir. La próxima vez que ella intentara avanzarlo, se lo diría, estaba casi seguro de obtener una respuesta afirmativa. Después de todo, qué tenía que perder.
Pero cuando la volvió a ver, las palabras de Sham murieron antes de ser pronunciadas: el cuerpo de Ann_Té había cambiado, se notaba más grande, redondeado, informe, parecía que la venusina se encontraba a punto de estallar.
—Desovar —aclaró ella, al adivinar sus pensamientos.
Aunque no lograba entender lo que estaba sucediendo, presa de una irrefrenable excitación, Sham preguntó:
—… ¿y yo puedo acompañarte? Te ayudaría con tus pequeños.
—Por supuesto. Ésa siempre fue mi idea: mis crías necesitan alimento.
Sobre la autora:
María del Pilar Jorge
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