viernes, 27 de abril de 2012

El camino - Xavier Blanco


El camino era largo, angosto y lleno de repechos. Eso no era lo peor: no existían mapas, ni guías, acaso algún libro que de poco servía. Eso sí, había consejos, recomendaciones, reparos, todos sabían algo del camino.
Al principio transitabas por una senda plana, rodeada de paisajes bucólicos, llenos de besos y de ternura. Luego, más pronto que tarde, todo cambiaba, y el camino se bifurcaba una y otra vez, de forma inesperada, y se convertía en un laberinto infinito, ciclópeo. La llanura se transformaba en páramo, el páramo en cumbre y la cumbre en precipicio. Otras veces la metamorfosis era tal, que el valle dejaba paso a tierras ásperas y desérticas o a lagos inmensos de aguas tranquilas que olían a primavera. Así un día y otro, ése era el camino.
El camino había creado sus propias criaturas. Se iniciaba sólo, pero pronto te veías caminando en compañía, algunas intrascendentes, superficiales, superfluas, que en el primer cruce desaparecían. Otras permanecían a tu lado, algunas, las menos, te acompañaban hasta el final del recorrido. Era pródigo en amores, en grandes pasiones, en desengaños, en alegrías y en tristezas.
Estaba lleno de peligros: la ira, la envidia, la avaricia, o la soberbia, sobrevolaban día y noche el camino. Era mejor hacerlo armado de paciencia. El camino era Pandora. Para unos se transformaba en una fiesta, en un jolgorio, en una romería. Para otros el camino se convertía en su Gólgota personal. Unos lo hacían a pie, descalzos y harapientos, otros bajo palio, seguidos de una corte de aduladores. Cosas del camino.
Mientras reflexionaba sobre lo ya andado, se advirtió caminando sus últimos metros antes del final. Dejó caer su talega cargada de recuerdos y se sentó en un pedrusco, de formas apuradas,  moldeado por el tiempo. Detrás el abismo, convertido en un caprichoso eco, gritaba su nombre. Fijó su vista en el horizonte y, desde esa atalaya privilegiada, observó el azul del cielo. De pronto, el cosmos empezó a cambiar de color, como si de un círculo cromático se tratara. Los colores del arco iris se fundieron en uno sólo y un blanco inmenso, que cegaba sus ojos, le impedía cualquier visión. Cerró los párpados dejando caer su cuerpo suavemente por el precipicio, y como si de una película se tratara, se encontró frente a frente con su vida.

Acerca del autor:
Xavier Blanco

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