domingo, 29 de abril de 2012

Cabeza abajo – Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


—Se cree que los navegantes vikingos —dijo el profesor Sandoz Val iniciando su disertación en el aula magma del volcán Edna— pudieron ver espejismos de inversión en las aguas heladas del Ártico, lo que les daba visión de objetos lejanos invertidos. Esto habría acicateado su curiosidad natural y, con la valentía que los caracterizaba, zarparon a buscar esas montañas invertidas, a las que llamaron Sadit Revni. Lógicamente viajaron en drakkars invertidos y pusieron todas sus otras zarandajas patas arriba. Entre esas cosas (y litros y litros de hidromiel mediante) se pasaron para el otro lado del mundo, lo que les permitió inventar el mundo reversible o reversguord, lo que algunos eruditos rúnicos, como Georg Lewis Burges, terminarían designando como rëvøersgûrðum, en directa alusión a un concepto del futhark antiguo que alude a los viajes realizados a cabeza descalza. Los vikingos volvieron a Europa, porque nunca se acostumbraron a vivir como invertidos, de tan machos que eran, pero dejaron buenas cosas, una de ellas, un par de instrucciones sobre cómo hacer el formato de lo que se escribe para que no parezca escrito en runas y mucho menos un escrito arruinado.
En este punto, los estudiantes, picados por un enjambre de moscas tsé-tsé, que nadie pudo explicar qué hacía ahí, estaban tan dormidos que el húngaro puso el aula en cuarentena, cerró con llave y se la obsequió al bedel, Analecto Alazheimer. Los estudiantes se fueron secando como camiseta de esparto, y nadie hizo ningún reclamo porque con temas como la superpoblación y la desocupación sin resolver no es cosa de andar tirando leña al fuego.

2 comentarios:

Cristian Cano dijo...

Muy bueno, me encantó ¿Qué opinarán en Olso... digo, Oslo?

Javier López dijo...

Nadie podría decir que no son ustedes dos escritores con los pies bien afirmados en el cielo.