sábado, 25 de febrero de 2012

Pordiosero - María del Pilar Jorge


Apoyado contra una pared, callado, inmóvil, el pordiosero mira indiferente la noche solitaria. Sus manos se crispan, temblorosas, en los bolsillos. Los recuerdos le llegan como fogonazos débiles: gran parte de su vida quedó atrás. Para él ya pasó el tiempo de la risa fácil: ahora, solo tiene hambre, hambre y sed; pero los transeúntes lo ignoran, como si fuera un poste, un objeto, un trasto viejo que alguien abandonó en la esquina. Las monedas, en la lata, se ven opacas, deslucidas, escasas. Tanto como para no pensar, extiende una mano y poniendo su expresión más plañidera murmura por centésima vez “Unas moneditas po’ favó’, unas moneditas para la leche de mis hijos”. El papel cae sin ruido dentro de la lata: es un billete de cinco pesos. Lo saca y lo guarda con avidez en un bolsillo; y sigue agitando la lata, como una campanilla oxidada. Pronto, ya muy pronto va a tener la guita que le falta para ir hasta el kiosco de la esquina. Se le hace agua la boca de solo pensar en esa botella de birra que necesita para poder dormir con el estómago caliente, otra noche más.


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