jueves, 9 de febrero de 2012

Lamento decirle que usted tiene cáncer… - Hernán Domínguez Nimo




…era una frase que el médico clínico ya estaba cansado de pronunciar y que en el último año había dicho más que nunca, cosa que le parecía rara porque él hacía cursos y seminarios y estaba al tanto de los fuertes avances oncológicos de tratamiento y de prevención que la ciencia había hecho en el último lustro; y sin embargo, todos esos quistes inocentes, esas acumulaciones de grasa, todo eso había desaparecido, sólo estaba el maldito cáncer, por todos lados, invadiendo todos los cuerpos, y el médico se sentía cada vez más impotente a medida que su tarea parecía limitarse a confirmar los peores temores de sus pacientes y escribir la derivación a su amigo especialista, a quien un día decidió ir a visitar personalmente y contarle su malestar; todo esto le contó, incluyendo su torpe sensación, su ridícula teoría de que el cáncer de alguna manera había dejado de ser una enfermedad personal y se había desparramado como un virus, contaminándolo todo, y mientras lo contaba miraba el rostro de su amigo, esperando la sonrisa cómplice, la burla tranquilizadora, algo que nunca llegó, reemplazado por el gesto adusto y el silencio preocupado que de alguna manera le daban la razón y el médico que pasaba de confesar a confesor mientras el oncólogo abría sus propias compuertas de angustia y le contaba que eso no era lo peor, que lo peor era que el cáncer, todas sus formas, habían generado anticuerpos hacia los tratamientos, que se había convertido en una fuerza avasallante dentro de cada cuerpo y también fuera… ¿Fuera? preguntó el clínico, confundido, y el oncólogo dudó y finalmente se inclinó hacia él y le contó algo que constituía casi un secreto de estado mundial: los enfermos de cáncer ya no mueren dijo y el clínico lo miró y dudó y una sonrisa apareció en su rostro pero el oncólogo no sonreía, así que no era una buena noticia aunque lo pareciera, y es que los pacientes no morían pero tampoco estaban bien, el cáncer era un crecimiento desproporcionado de células que ya no se limitaba a pequeñas zonas sino que todo el cuerpo se desbordaba a sí mismo hacia fuera, como una cacerola al alcanzar el punto de ebullición, mientras los pacientes parecían entrar en un estado vegetativo sin que sus signos vitales estuviesen comprometidos; los hospitales estaban cada vez más llenos de estos “pasteles de carne” como le decían sus colegas, que seguían alimentándose por vía intravenosa, porque estaban vivos y por ley no podían desconectarles, y crecían y crecían sin que alguien supiera cuál era su límite corporal, pero lo peor… ¿Hay algo peor? preguntó el clínico, las manos retorcidas una dentro de la otra, y lo peor era que las resonancias magnéticas revelaban actividad cerebral volitiva, que los pacientes estaban despiertos aunque sin conciencia o, según el propio parecer del oncólogo, justamente al revés: dormidos pero conscientes. Y dicho esto, el oncólogo se sumió en el silencio, pero el clínico lo conocía de años y sabía que había más, que no le había contado todo, así que lo pinchó y se enteró de algo que escapaba ya a todo raciocinio médico, a toda posibilidad de ser pensado desde un punto de vista científico: en un hospital de Neuquén el crecimiento corporal exacerbado por el cáncer había sido tal, que los cuerpos de dos pacientes contiguos se habían encimado y fusionado, ¡se habían convertido en uno!, y sus ondas cerebrales habían crecido a un nuevo nivel de conciencia, algo imposible de determinar por parámetros conocidos, y que al comunicarlo a los organismos mundiales oncológicos habían sabido que sólo era uno más de cientos de casos, que ya habían aparecido decenas de teorías aunque ninguna explicaba lo que sucedía del todo… ¿Ninguna? insistió el clínico, que no quería saber pero lo necesitaba, y su amigo asintió, porque había una teoría que explicaba todo pero era la más ridícula y retorcida e imposible de asimilar, la conjetura de un antropólogo del que todos (y él) se habían burlado pero que desde hacía dos días volvía una y otra vez a su mente, una hipótesis que afirmaba que estaban evolucionando, que el cáncer que la medicina había estado frenando por años era el motor de la evolución y que por fin se había desencadenado, imparable, para llevarlos al próximo peldaño, que era el de la conciencia planetaria, un organismo único que abarcara todo el mundo… ¿Y qué… qué sucedió hace dos días que te hizo cambiar de opinión sobre esta… teoría? inquirió el clínico, y el oncólogo se inclinó para acercarle un papel que no necesitó ver para saber que se trataba de su propio examen oncológico positivo.

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