jueves, 26 de enero de 2012

Viajero involuntario – Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


Eran las tres de la tarde en Lengua de Loro, el paraje más seco de toda la región conocida como Lamuiseca, en honor a un escritor de mamotretos áridos y estériles. Con decir que la última vez que había llovido fue en 1910, cuando la Infanta aprendió a bailar el tango... Eran las tres de la tarde, repito, hora de siesta obligada, pero no para Owi von Sandonek, el célebre obstetra malayo. A las tres de la tarde, Owi filosofaba ante el impávido Tape Lactal, un pedazo de pan, el hombre, paciente como pocos, en especial gracias a una acendrada hipocondría.
—Es como estornudar y mirar el camino —decía el malayo—, o como tragar un buen chorizo y pensar en la escena cuarta de la ópera “La alucinación de María Pandolghi”, de Wolfgang Sinister, ¿entiende, Tape? Sinister fue uno de los compositores positivistas más prolíficos de este siglo.
—Ajá —asintió el Tape.
—O si lo prefiere, como cortar cebolla y llorar por la sequedad en la respuesta de un conductor de la línea 152 cuando uno le pregunta cómo se hace para llegar al cementerio de la Chacarita y nadie se da cuenta de que uno ya está muerto y realmente necesita llegar. Me parece que no me sigue.
—Lo sigo, lo sigo —aseguró el Tape—. Me se metió una basura en el ojo, nomás.
—Ah, bueno —dijo Owi, listo para seguir; y siguió—: La vida está hecha de elecciones, una elección tras otra, y a veces nos deja atrás. Pero en este caso, la vida le da otra oportunidad.
—Entonces, ¿le parece que tengo que aceptar?
—Yo aceptaría. A uno no le ofrecen ser abducido todos los días. ¿Adónde dice que se lo llevarían?
—Al zoo de un lugar que está a muchas leguas de acá. No recuerdo bien el nombre. ¿Albardón? ¿Albedarón? ¿Albaderán? ¿Aldebarán?
—Debe ser Aldebarán, supongo.
—Puede ser —dijo el Tape—. Me prometieron un vaso de agua fresca por día.
—Eso es bueno —aprobó Owi palmeándose el muslo—. ¿Le parece que habrá lugar para mí en la nave?
—Capaz, pero yo preferiría ir solo, por lo del contagio de las pestes, ¿entiende? No se me enoje.
—¡Cómo me voy a enojar! —El obstetra se rascó algunas costras de sudor salino que decoraban sus sienes y largó una idea brillante como un rubí de catorce quilates—. Escriba un libro con las experiencias recogidas en Aldebarán y yo lo leo. ¿Qué le parece?
—Me parece bien —dijo el Tape—, pero me parece que es Albardón, y no Alberdarán.

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