jueves, 20 de octubre de 2011

Ciudad de fantasmas - Daniel Antokoletz


Estoy preocupado. Debo comenzar el entrenamiento de mis redes neurales y me ha llegado la orden de servicio con mi destino. He salido de la matriz hace muy poco y ya pasé el período de testeo. El cerebro central decidirá según misteriosos algoritmos escritos hace eones. Y yo, no tengo ningún tipo de libertad para tomar ninguna decisión.
Sé que mis doscientos años de vida útil, lo pasaré en el destino que se encuentra en este mensaje. En el momento que inserte el entrenador en la unidad de transferencia que se encuentra bajo mi dispositivo auditivo, las vías de mi cerebro se canalizarán y se fijarán con los conocimientos necesarios para poder realizar el trabajo.
Conecto el entrenador e, inmediatamente comienza la transmisión de información. Mi velocísimo cerebro positrónico genera las vías y rutas necesarias para almacenar el conocimiento que se viene acumulando desde el comienzo-final de los tiempos para proteger a los humanos.
No termino de desanimarme por mi destino, que quedo completamente entrenado. Mi trabajo es en la ciudad, la ciudad de los inmortales.
Mi trabajo es mantener las calles y los servicios operativos en todo un sector para esos humanos que desde hace eones no hacen uso de ellos.
En el comienzo-final, los humanos descubrieron la inmortalidad… Dejaron de lado la hermosura de la vida, de las sensaciones de sus cuerpos, para adentrarse en una vida eterna etérea, sin gustos, placeres ni dolores. Sólo el tedio. EL tedio y la inconformidad del aburrimiento, con toda la tecnología a su servicio, pero sin la posibilidad de aprovecharla.
Ahora, mi misión será mantener operativa, una buena porción de ciudad. Una ciudad en dónde esporádicamente puede ver a alguno de los humanos que pasa flotando de un lugar a otro sin poder ver ni sentir nada, sólo el aburrimiento de una existencia sin sentido. Se han convertido en fantasmas que ¿vivirán? eternamente sin poder vivir. Y mi trabajo, aunque actualmente inútil, es mantener todo funcionando en la espera de que la sempiterna estupidez humana termine. Al menos yo, aunque sea bioelectrónico, sí tengo una esperanza en mi vida y algo que hacer.

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