lunes, 15 de agosto de 2011

La cola - Héctor Ranea


La señora estaba diciendo, justo cuando me sumé a la cola
–Esto lo hacen a propósito, para generar malestar. Yo lo viví. ¿O se creen que viví todo este tiempo en la heladera?
Claro; la cola era algo excesiva y al calor del verano sin sombra más que la de algunas chauchas de un árbol exótico, no se estaba muy cómodo. Me saqué el sombrero y en la pelada del señor que estaba detrás de mí me acomodé el pelo. Él se dio cuenta y me pidió perdón porque ya tenía eritema de tanto Sol, pero le comenté que no me preocupaba el color de mi pelo, que total conocía de memoria.
–Claro –me dijo – a ustedes no les importa andar con el pelo rojo.
–¿Cómo dice? ¿Cómo que rojo?
–Vaya y compruébelo por usted mismo –asintió desde adelante una mujer con tono cómplice con el pelado.
Como ya había escuchado algunas conversaciones extrañas, me encogí de hombros y les dije algo como que lo miraba luego en el auto. No iba a perder mi lugar en la cola con ese truco avieso. A lo cual ellos sólo respondieron mirándome en dirección al pelo con ojos bastante desorbitados.
¿Qué conversaciones me habrían hecho dudar? Bueno, enumero algunas. Sea por ejemplo aquélla de la señorita de ojos color ojo de perro siberiano con la de la señorita mayor en conjunto de Ban-Lon, a saber:
–Yo tengo que ir a trabajar, así que espero que ese jubilado por fin se muera. Si los del banco tienen un catre para los que mueren en las colas. ¡Que lo usen!
Sea por ejemplo la de una señora de atrás que no identifiqué, a saber: –Ahora dicen que van a entrar los cacos a asaltar estas colas. Están controladas por los del Gobierno, ¿saben? Y entonces eso que recaudan de mala manera, lo usan después para la campaña. ¿O se creen que viví al pedo dentro de una heladera, yo?
Mientras tanto, la cola avanzaba; poco, pero avanzaba y un niño se acercó con una cesta vendiendo queso y embutidos. Todas decían (el pelado callaba):
–Esto es dañino para la salud, nene. Salí de acá.
Cuando en realidad, todos querían comerse un poco de esos quesos. Quise comprarle un embutido con jamón y grasa fina, pero justo me tocó el turno de pagar mis cuentas. Como todo el tiempo había estado mirando los significados numéricos de los sueños, le pregunté al chaparrito que me cobraba qué podía jugarle a la cola, al queso y al niño.
–Mire. Acá se juega en serio. No se tome a la joda los números de los sueños porque además de cobrarle sus cuentas deberé cobrarle una tasa de risa extra. No está permitido reír, acá. ¿No ve que lo filmamos?
En efecto: debí pagar triplicada la tasa retributiva de la risa. Le jugué al 47, el muerto. Le jugué también al 972, que creí que era el culo. Pero no. No salió. La risa no tiene número, aparentemente.
Salí de la cola y no va que se murió el de la pelada. Pensé, para mis adentros:
–¡Qué suerte que tienen algunos!
De más está decir que no salió el 972 y cuando pasé a cobrar por el muerto, al día siguiente, el chaparrito me dijo:
–¡No, muñeco! Al muerto se lo llevaron ayer a la tarde. Con el calor que hacía, si te lo guardaba jedía. Andá a comer otra cosa, pelandrún y pintate el pelo de otro color que se te nota demasiado que sos de la nonagésima séptima invasión marciana. ¡Fracasado! –me espetó.

Héctor Ranea

4 comentarios:

Javier López dijo...

¿Éste lo parió haciendo cola? Usted no pierde el tiempo, observa y convierte... Congratulaciones.

Ogui dijo...

Gran parte de la vida la pasamos haciendo cola. Incluso, ¡cola para pagar impuestos! Es decir, rogamos que nos cobren. Y la mayoría de las veces hasta somos maltratados. En ciertas épocas veía gente en situación económica lamentable hacer cola a la madrugada, con temperaturas realmente acojonantes, para comprar el kerosene para estar calentitos al mediodía, cuando la temperatura ambiente no era tan tremenda. Afortunadamente ahora no existe esa carencia pero no tenemos firmada la garantía de que no volverá a suceder. Las colas son algo perverso, maligno. La mayoría de ellas se origina en seres que quieren que se vea la cola para sentirse importantes. Así que sí... se puede decir que he observado, confieso que he observado, para decirlo nerudianamente. Ahora, si logro convertirlo en algo bueno o no, no sé. Te agradezco, claro, el comentario. ¡Mirá cuánto te contesté!

Javier López dijo...

"Las colas son perversas, malignas". Gran definición. Siempre traté de no hacerlas, cuando me fue posible. A veces pago cosas con recargo por tal de no hacer una cola en el periodo de pago voluntario. Luego es más fácil, cuando el proveedor de servicios o administración pública se cabrea contigo, te mandan una nota en la que te prometen torturas y castigos múltiples en forma de penuria económica para ti y tus siguientes 100 generaciones. Bueno, que no es tanto, es solo para asustarte. Al final acaban embargándotelo de la cuenta corriente, pero echándole números, uno paga 10 euros más por eso y evita una mañana perdida en una cola... Las cuentas me salen.
En esa perversión de las colas estoy de acuerdo en el factor fundamental: el que las provoca se siente grande, importante, ya sea un músico que mira desde lejos cómo va la venta de las entradas a su concierto o el suministrador de electricidad que observa a través de una videocámara cómo evoluciona la cola de las reclamaciones. Y ese tipo ese día va a casa orgulloso, diciendo "cuánta gente tengo cabreada, y encima vienen a perder su tiempo en una cola inútil". Aquí, al menos, es así.
Yo no voy ni a los conciertos por tal de no guardar cola. Eso sí, si algún amigo generoso me consigue la entrada por internet, luego se la pago y voy encantado. Quizá el mundo virtual nos está haciendo evitarnos muchas de esas esperas, aunque hay una cola que aquí crece cada día, a la que he asistido en alguna ocasión, y que representa toda la humillación que una administración pública pueda hacer con un ciudadano: la cola del desempleo... Que, pensándolo bien, muchas veces es hasta más entretenida que cuando el funcionario te hace pasar a su mesa para atenderte, porque a veces ahí empieza realmente lo malo. ¿Seguimos?
Ah, por cierto, cuando dije "observa y convierte", implícitamente decía "observa y convierte bien, muy bien". De manera divertida, asombrosa, con ese toque de ingenio y de irrealidad surrealista que tan real nos parece a los que le leemos habitualmente. Así que, de nuevo, mi enhorabuena.
Y un abrazo, maestro.

Ogui dijo...

Tema sensible, las colas. Y ni hablar de que sólo hablamos de las desagradables. :-)