jueves, 25 de agosto de 2011

El espejo nunca fue afecto a las mentiras – José Luis Vasconcelos


Estás ahí, fumando. Enciendes una cerilla, tu rostro se ilumina. Mientras la llama acaricia un poco la soledad del cuarto, acaricias resignadamente tu rostro, antes tan suave y donde la vida tatúa a cada instante una nueva línea de expresión.
Recuerdas tu cintura de avispa, tus pechos pequeños que vigorosamente empujaban al viento y las manos de él sobre tus nalgas, apretándolas.
Sabes que el espejo nunca fue afecto a las mentiras.
Estás cierta que las sombras no tienen nada que ocultar y muerdes tus labios porque la vida se deshace de ti. La cerilla se apaga, quema las yemas de tus dedos.
Estás sola, los años ya no danzan para ti. Tienes cólicos, quizás los últimos; haces una mueca de asco, de fastidio y sabes que él llegará a la media noche, con su aliento de alcohólico y frotará su triste miembro sobre uno de tus glúteos y después dormirá con la bocaza abierta... la muerte ronca a tu lado.
Y a todo esto, piensas, de qué sirvió ser la reina de la prepa. Y el vestido de boda tan caro. Y la envidia de tus amigas cuando te vieron del brazo de este maldito calvo que supura rencores y que encima golpea de vez en cuando a tus hijos, tan parecidos a él.
Aplastas el cigarro sobre el cenicero, igual que el tiempo lo hace contigo.
Cuál es la diferencia...

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