jueves, 28 de julio de 2011

Angustia de una espera – José Antonio Parisi


En la penumbra del cuarto, Martha iba y venía contorneando la cama, pausadamente. Embutidas en unas botas de napa negra, las piernas de maceta pronunciaban sus pasos en el crujido acompasado del piso de pino tea. Parado a la cabecera, el médico sostenía el brazo de la anciana tía moribunda y le controlaba el pulso. Cuidadoso, entró un primo de Martha y, con él, el susurro de una discusión caliente entre tres o cuatro personas. Las manos cruzadas en los riñones, el hombre se respaldó en la puerta que había cerrado. Ella detuvo su andar, ni una palabra; los dos guardaron la conducta tensa y recelosa de los pasajeros de un ascensor.
El médico acomodó aquel brazo junto al cuerpo y revisó las pupilas.
—Ya está… —dijo.
Martha reinició su sobrevuelo de buitre, ahora alrededor del cadáver; el primo a sus espaldas.
—Avisale al escribano —le dijo mirándolo de reojo por el espejo de la cómoda—. Que esta misma tarde nos lea ese puto testamento.

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