miércoles, 16 de febrero de 2011

Otra vez - Luisa Hurtado González


Estuve mucho tiempo con los ojos cerrados, respirando con dificultad, sólo alcanzaba a oír murmullos indescifrables, tenues pasos, roce de ropas, una puerta cerrándose y abriéndose suavemente. Descansé unos instantes más intentando reunir mis fuerzas. Cuando abrí los ojos, los ruidos crecieron a mi alrededor y aparecieron un par de caras amigas, él también estaba allí:
—¿Estás bien?
Y entendí que necesitaba que yo asistiese a su pregunta, que necesitaba mi sí, tan confuso, triste y desamparado empezaba a sentirse.
Le sonreí, ojalá que con la mejor de mis sonrisas.
—¿Y tú?
Y me sonrió con su mejor sonrisa.
¿Qué podía decirles? Que lamentaba el dolor que iba a causarles, que había muchas palabras y poco tiempo, que sentía dejarles solos, que… Busqué su mano y, al encontrarla, sonreí de nuevo, cómo no hacerlo al contacto de su piel.
—No os preocupéis, sólo estoy algo cansada.
Sólo me dolía el nudo que tenía en el pecho. Era la emoción, la maldita emoción que me impedía hablar con tranquilidad.
Ya casi no quedaba tiempo.
—Por favor, no me sueltes la mano.
Y un vértigo empezó a invadirme, obligándome a cerrar los ojos. Por un momento, quise coger fuerte su mano con las mías, pero se hubiese asustado, así que suavemente, imperceptiblemente, se la empecé a acariciar. La sensación de calor en mis dedos se iba perdiendo, me caía sin remedio. Cuando dejase de sentir, estaría sola en aquel agujero. Ya había dejado de ser, y no podía tan siquiera razonar lo que estaba ocurriendo. Todo era negro, no había nada, me quedaba solamente aquella suave oscuridad. ¿Iba a ser esto todo? ¿Así? No sé cuando, simplemente más tarde, empecé a sentir como un latido que inundaba aquel espacio, que me adormecía de puro monótono y constante. Ya no había días. Ya no había noches. Sólo aquella negrura y aquel tranquilizador ruido sordo que parecía acunarme. No, mientras había estado viva jamás había imaginado una eternidad así, un cielo u otra vida así. ¿Qué es esto? Un acompasado sonido en la oscuridad. Nada más. Ni el espacio, ni el tiempo.
En un momento, idéntico a otros muchos momentos, todo se trastocó. Me empujaban, primero despacio, más tarde con prisa, violentamente, hacia aquella luz difusa que se había abierto sobre mi cabeza. Mi suave universo me expulsaba con furia de él, de la luz algo áspero tiraba de mí. Hasta que me sacaron. Grité, lloré, ¡tenía tanto miedo!; entonces, oí unas palabras.
—Señora, es una niña.
¿Cómo entender su significado? Tenía que remontarme tan lejos para comprender….
Después de una eternidad, me colocaron junto a una piel suave y caliente, que me trajo el recuerdo, apenas un instante, de otra que acaricié buscando tranquilizarme un día. Cuando comprendí que aquella piel era mi refugio y oí, muy quedo, un latido, dejé de llorar.

Tomado del blog Microrrelatos al por mayor

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