jueves, 27 de enero de 2011

Algo rojo – Héctor Ranea


La niña apenas si servía para traernos agua. Cada vez que partía por el sendero al manantial, en lo oscuro del bosque, creíamos que no volvería. Su valor había sido menor que el del jarrón que le dábamos para acarrear el agua. Su historia era sencilla: robada, vendida varias veces. Nada particular. Sólo que tenía un par de golpes en la cabeza donde algún patrón le había quebrado los huesos para que le encajara el culo de una vasija para que se quedara más tiempo. Evidentemente, no sabía cómo traer los cacharros. Niña tonta. La noche que no volvió no nos extrañamos que su suerte hubiera sido la peor.
Al amanecer, los hijos de los leñadores encontraron, por suerte, el jarrón y el tapado con capucha roja. Suponemos que habrá muerto ahogada en el pantano o tal vez un lobo errante la despachó. Que el barro haga con ella lo que no hemos podido nosotros.

2 comentarios:

Un tipo dijo...

¡Impactante!

El Titán dijo...

la última frase adolece de perfección...
muy bueno, don Ogui