miércoles, 8 de diciembre de 2010

Alquimia de la reencarnación - Antonio Báez Rodríguez


No debo decir que he sobrevolado la ciudad, pero se me permite decir que he soñado sobrevolarla. Todo empieza a darme un poco igual, sinceramente. Habrá quien piense que he perdido el juicio y quizás no le falte razón. Estoy subido a un árbol, soy mi hijo mayor subido a un árbol y soy mi mujer en ese mismo árbol cuando era niña. El suelo está lleno de flores, hermosas flores carnívoras. Leo el libro que más me ha gustado en mi vida, un libro imposible, un libro que no se lee, no puede leerse, pero yo lo leo concienzudamente y hallo en él un consuelo y una paz inefables. El libro me cuenta que estoy muerto, que he de empezar a pensar que estoy muerto, que el jardín en el que me hallo nunca existió, que el árbol al que estoy subido hunde sus raíces, existentes, en un espejo, que las plantas me quieren jamar. Es destino de todo aquel que pierde la vida ser devorado y ha llegado mi momento. Bajo del árbol, poso los pies en el suelo y enseguida empiezo a ser engullido. Sé que muchas personas han deseado lo que me está ocurriendo. A medida que desaparezco una de las flores va adquiriendo forma de homúnculo. Conforme menguan, zampadas, las extremidades de mi cuerpo, van surgiendo de un tallo grotescos apéndices soñados. No para ahí la cosa. Ya no existo. Existe ahora un ser hombreárbol que quiere encontrar el camino que lo traiga aquí, de donde borrará toda huella que haga referencia a mí.


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