martes, 19 de octubre de 2010

Sota Azul – Héctor Ranea


La verdad, no me gusta mucho que me llamen así. Todos sabemos acá que la sota, bueno, no tiene buena reputación.
Asentí casi sin mirarlo. Me aferraba fuerte al vaso de la medida de ginebra para no caerme. Reconozco que estaba algo tieso y eso lo debe haber notado el Sota Azul (en mi fuero interno yo pensaba la Sota, pero quién era como para decírselo).
Claro dije—. Además está el tema de las marcas, vio. Si le dijeran Pájaro, ahí se caería en que hay que pagar a otros.
—¿Ve? Ahí está otra cosa que no entiendo de ustedes. Eso de las palabras que no dicen lo que deberían decir. Sin entrar en otras cosas.
Hice un silencio. Después contesté.
–Ve. No es fácil. Somos bastante complicados. A ustedes les damos nombres sin preguntarles y después vienen los problemas. Yo no sé por qué no les preguntamos a todos y listo. Asentí. Pero lo tomó como que lo estaba tomando para el churrete.
¿Me está tomando el pelo, Don? Mire que no tengo un pelo de zonzo.
Yo lo miré de reojo, aferrado al vasito. Sorbí un poco. Tragame Tierra, sé que pensé.
No… si, no. A ustedes uno les abre el corazón y le saltan a la molleja.
Pero admita que a usted pelo no le sobra, pero tampoco tiene para regalar.
Ahí la cosa empezó a pudrirse y mal.
Me mostró las armas. Y no eran convencionales, para qué voy a mentir. Afiladas y bruñidas que parecían de un metal sacado de vaya uno a saber dónde. Aproveché la circunstancia para salir con un domingo siete.
Y dígame, ¿de dónde las saca a esas púas? Por el pago nunca había visto una.
Se le apagó el brillo de los ojos, con lo cual respiré más tranquilo y me mandé toda la copa de un trago. Mientras él recomponía su fisonomía de pájaro de buen agüero, me serví otra copa, bien agarrado con la izquierda a la botella, con la derecha al vaso.
Se aclaró la garganta como quien se larga al ruedo del canto.
Vea. Esto no se lo dije a nadie antes para que no se desparrame la cosa. Espero que no me traicione el secreto.
Lo miré como asegurándole que sería más callado que un cerco de piedras. Y me encogí de hombros pero no para decir “y a mí qué me importa” sino más bien como para decir “tenés acá enfrente un hombre de ley”.
Continuó:
Venimos de otro planeta.
Hice un respetuoso silencio mientras continuaba aferrado por las dos manos. Esto de desayunar con ginebra me estaba costando caro, evidentemente. Ya me estaba pasando lo de al Bourroughs ése. Me aclaré la garganta como pude pero antes de empezar a contestar, me atajó
Ya sé que suena raro, loco, estrafalario. Pero habrá notado que soy azul. Eso tiene que tener una explicación, ¿no cree? Y me refiero a una explicación lógica.
Me encogí de hombros como quien dice “¿ahora me venís con explicación lógica?” pero no fue necesario decir nada.
Usted no me cree. Ahora fue él quien empinó el codo.
Se hizo un silencio entre los dos. El bar, con esa luz tenue y vibradora que tiene la luz en el campo, estaba solitario de no ser por el paisano que cobraba las botellas de ginebra a vintén por vaso. Ni música. Sólo grillos afuera y mariposas de noche adentro.
Me solté de la zurda. Parecía que el bar me iba a dejar en cualquier momento, pero con fuerza me tomé otra copa.
Por ejemplo, no entiendo esto de las podas —dijo el Sota Azul. Cortan todo, ustedes los humanos. Despuntan los limoneros, talan los álamos, cepillan como qué a los eucaliptos.
Lo miré raro.
Sí. Ésos que los llaman ucalitos.
Ahí me encogí de hombros como quien dice “¡Ah!” y me mandé otra copa, no vaya a ser que el Sota se diera cuenta de que no le creía ni la mitad de la mitad de lo que decía.
Verá usted siguió. Me parece algo sucio cuando la emprenden contra las ovejas y los teros. Ni qué decir que cuando intentan sacarle las puntas de las plumas a uno de nosotros. Ahí es donde nos encajetamos. ¿Me comprende? Nos dejan sin poder volar, ¡la puta que los parió!
Lo miré y me sacudí un poco la caspa, como diciendo “creo que llegó la hora de decidir si me voy y por cuál camino”. Entonces me acomodé como para irme y se acercó el dependiente. Le dije por señas que pagaba las dos botellas. Saqué el talero, pagué y empecé el apronte.
¿Lo acompaño, don? Veo que anda sin flete —dijo el pájaro azul.
Voy para el lado de “La Mala Yunta” ¿me deja bien?
Por un amigo, soy capaz de dar la vuelta al pueblo, vea mire. Súbase que lo llevo mismo ahora.
¿Dónde tiene el sulky? —pregunté.
Oiga ¿por quién me toma? Súbase al lomo. Lo llevo en un santiamén.
Con desconfianza me subí, pero por las dudas me tomé la copa del estribo en dos tiempos. Creo que el dependiente ni nos vio cuando salimos del bar. Les cuento que es jodido volar a oscuras. Esta Sota Azul era bastante imprudente, por no decir atolondrado, volando. Pero me trajo en dos minutos. Gran cosa poder volar.

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